El hombre que compró la luna

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

Una compañía internacional embarcada en un emprendimiento inmobiliario que tiene como objetivo La Luna, descubre que ya esta comprada legalmente por un individuo de la isla de Cerdeña. Obsesionados con la noticia deciden enviar un agente secreto para terminar con quien obstaculiza el negocio.

Luego de instruir al agente secreto (Kevin, un sardo que se hace pasar por nacido en Milán), con un puro habitante de la Cerdeña, Badore, cuidador de caballos afincado en esa ciudad, el muchacho parte a Cerdeña, donde deberá hacerse pasar como nacido en la isla, impregnado de su cultura y dispuesto a acabar con quien se opone a los proyectos de la empresa internacional que lo contrató.

HUMOR SARDO
"El hombre que compró la Luna" es una desopilante comedia italiana que incorpora al clásico humor peninsular, el estilo y el regionalismo de un director nacido en la capital de Cerdeña, Paolo Zucca, ya conocido en Buenos Aires por el estreno de "El árbitro".
No sabemos si Zucca tomó en cuenta datos actuales sobre el pueblo sardo, pero indudablemente ese estilo duro, amachietado, irreverente de sus personajes parecen revelarlo.
Partiendo de la base científica reciente que establece un diferenciación genética de la población de Cerdeña con otras poblaciones europeas y del resto del mundo, sumado a la consideración de una población actual derivada en gran parte de la Edad de Piedra y con un idioma en extinción, la estilización del prototipo sardo en una comunidad rural como la que establece Zucca, asume características hiperbólicas.

Así, luego de la increíble secuencia de la instrucción del agente secreto por Badore, un sardo puro (el notable actor de carácter Benito Urgu), el espectador debe prepararse para un increíble viaje hacia la noche de los tiempos, en algo así como una comunidad fantástica más cercana al Neolítico que al período contemporáneo actual.

Humor directo, actores de reparto increíbles (algunos no actores), alusiones al universo de la recordada Angela Wertmuller y su "Pascualino Siete Bellezas" y hasta al spaghetti western en la notable escena de la cantina (ver Claudio Rissi), más la unión de la realidad y la fantasía con el encuentro del pescador y su mujer (Angela Molina), culminan en una suerte de Universo Lunar convertido en Paraíso mítico donde conviven Gramsci y diosas y heroínas refugiadas de la sociedad capitalista.

Un divertimento con interesantes efectos especiales en el final y actores que el público argentino desconoce y merece conocer como el notable Benito Urgu, venerado en Cerdeña y capaz de manejar como un maestro el tempo de la comedia en verdaderos contrapuntos escénicos con el muy joven Jacopo Cullin, el sardo renegado.