En verdad no la compró. Se la había prometido a la novia y, hechas las debidas consultas, se la quedó más o menos legalmente por aquello de la res nullius, salvo donde Neil Armstrong clavó la bandera. “Le escribí por si quería vender esa parte pero no me respondió. Maleducado”, dice ahora, en una escena entre romántica y humorística.
Quien habla es un viejo pescador de Cuccurumalu, Cerdeña, isla de gente hosca pero de una sola pieza. Hasta allí va el agente Kevin Pirelli, milanés, pero sardo de nacimiento. Su nombre real es Gavino Zoccheddu. Para llegar al misterioso dueño de la Luna, cuya propiedad completa reclama EE.UU., el agente debe aprender primero a portarse como un sardo. Pero lo que empieza como una imitación se irá convirtiendo en la incorporación de otra mirada sobre las cosas. Un espíritu. Pocos lo saben, pero parece que la Luna es el lugar de descanso de los grandes héroes sardos, desde Hampsicora, Leonora d’Arborea y Paskedda Zau hasta el camarada Antonio Gramsci. Eso, y otras cosas, irá sabiendo el susodicho Kevin.
Comedia irregular pero amable, con toques de farsa, absurdo y poesía, la obra incluye garas, ballus y otras expresiones folklóricas, la bienvenida aparición de Ángela Molina, ya venerable diosa mediterránea, unos 50 técnicos argentinos (se trata de una coproducción), y los cameos de Andrea Prodan, Claudio Rissi, el productor Amedeo Pagani (un cardenal) y el distribuidor Pascual Condito, haciendo de mafioso. Director, Paolo Zucca, el de “El árbitro”, que califica a sus obras como “comedias étnicas”.