Hacer -dirigir- una película es tener una opinión del mundo, de la religión, de la política, de la guerra o incluso del amor. Cuando el cine es complaciente en términos ideológicos, cuando no se para en ningún lado, deja de ser interesante y además pierde un poco la potencialidad empática de los personajes que componen la obra.
Uno de estos casos es El hombre que conocía el infinito, película dirigida por Matt Brown y protagonizada por Dev Patel (Slumdog Millionaire, la ganadora del Oscar en 2008) como Srinivasa Ramanujan y Jeremy Irons como G.H. Hardy (El Rey León, Duro de Matar).
La película es una biopic basada en el libro homónimo de Robert Kanigel, que cuenta la historia de Ramanujan, un hombre hindú inexplicablemente hábil para las matemáticas que vive sumido en la pobreza en su país, cuando un profesor británico, G.H. Hardy, sorprendido por su destreza, le envía una carta invitándolo a trabajar con él.
Ramanujan decide dejar, no sin lamentarlo, a su madre y a su esposa, abandonando su tierra natal. La premisa del film reside en descubrir la razón por la que Ramanujan es tan hábil con los números.
Aunque la posición ideológica de la película es casi inexistente, su mayor defecto reside en la necesidad de la película en verbalizar las acciones. Al no ser efectiva contando con imágenes, el film tiene que recurrir a que los personajes nos cuenten qué está pasando, con lo que pierde narrativa cinematográfica. Incluso cuando intenta contar a través de acciones, falla de todas formas pues sus recursos narrativos son muy pobres.
El hombre que conocía el infinito es una película complaciente en todos los sentidos. Desde lo más cinematográfico, no profundiza ninguna de las situaciones que atraviesa el protagonista, aunque
tiene margen para crecer. La relación con su esposa está tratada desde una calidez muy poco efectiva con respecto a la parte que más empatía nos debería generar, ya que se separan.
El film intenta quedar bien con todos. Con la religión y con la ciencia. Llegando al final del metraje, el desenlace no solo es muy abrupto sino que dadas las posibilidades que se le ofrecen al director, las desaprovecha y se posiciona en un lugar totalmente neutral, desapegando al espectador de la emoción que debería generar la conclusión.