En la última edición de Cannes, el jurado presidido por Tim Burton le otorgó a esta nueva película del joven director tailandés Apichatpong Weerasethakul la consagratoria Palma de Oro, máxima distinción dentro del circuito de festivales. El premio fue reivindicado por los cinéfilos de todo el mundo y, claro, repudiado por aquellos que defienden películas más convencionales. Algo similar ocurrió durante el reciente Bafici y seguramente volverá a suceder a la salida de las escasas cinco salas (tres de ellas con proyecciones en fílmico) que exhiben El hombre que podía recordar sus vidas pasadas en la Argentina.
No se trata de engañar aquí a nadie. Tampoco de pedir disculpas por exaltar a un director como Weerasethakul. Es cuestión de gustos, de formaciones, de sensibilidades: para quienes están acostumbrados a una progresión dramática más clásica (introducción-nudo-desenlace), a una trama que "explique" o "justifique" cada una de las situaciones que se plantean, es probable que El hombre que podía recordar sus vidas pasadas los desconcierte, y hasta en algunos casos irrite a más de un espectador.
Sin embargo, para quienes tengan la suficiente amplitud de criterios, para quienes se dejen seducir y sorprender por la propuesta del talentoso realizador tailandés, el film regala una bellísima, fascinante, hipnótica y por momentos emotiva historia de fantasmas, espíritus que buscan la reconciliación, reencarnaciones, extrañas criaturas y mitologías milenarias que aborda con lirismo y sensibilidad el tema de la muerte con elementos propios del budismo.
Rodada en hermosos escenarios reales del norte de la convulsionada Tailandia, combinando lo real y lo fantástico, lo urbano y los elementos de la naturaleza más salvaje, la tradición y la modernidad, El hombre que podía recordar sus vidas pasadas resulta la película más "accesible" y "narrativa" (aunque no en los términos en que el público está habituado en los términos del cine occidental) de la singular carrera del creador de Blissfully Yours, Tropical Malady y Syndromes and a Century , todos films apreciados en festivales locales pero que jamás tuvieron lanzamiento comercial.
Si la Palma de Oro que le concedió Burton sirve para que algunos miles de argentinos puedan acceder a esta inusual experiencia sensorial (que no es jamás solemne, ya que se permite jugar con el humor y hasta con el musical), bienvenido el gesto del director de Alicia en el País de las Maravillas . Este estreno es un pequeño hito en estos tiempos de pobreza artística, de uniformidad de discursos y estéticas que sufre la cartelera local.