Ventana a un mundo mágico
El estimulante y creativo cine del tailandés Apichatpong Weerasethakul llega a la cartelera porteña, luego de un recorrido por ciclos y festivales. Estamos frente a un realizador cuya breve pero consistente filmografía lo ubica como uno de los grandes autores de la actualidad.
Consagrado con la última Palma de oro del Festival de Cannes, el cine de Weerasethakul puede resultar tan exótico como su apellido, a tal punto de que en la jerga festivalera se lo conoce como “Joe”. Con su ópera prima Blissfully yours (Sud sanaeha, 2002) comenzaba a gestar un universo único, fascinante, que más tarde extendería con Tropical Malady (Sud parlad, 2004). El hombre que podía recordar sus vidas pasadas (Tío Boonme) (Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives, 2010) es su obra consagratoria, pero es mucho más que un compendio de temas ya trabajados. Como un mundo concéntrico que gira en espiral, el cine de Joe no se agota en una trama. Por el contrario, se diversifica en múltiples capas de sentido, construidas con mitologías, filosofía budista, y la incidencia de lo maravilloso en el mundo real y viceversa.
El tío Boonmee padece una enfermedad renal. Su cuñada lo cuida con dedicación y ternura, preparándolo de algún modo para la muerte inminente. Como una ventana que se abre a un mundo (cercano), aparecen una noche el espíritu de su esposa y su hijo, quien se había ido del hogar de forma poco clara. Ella falleció muchos años atrás y se conserva joven, mientras que él regresa con una extraña fisonomía, especie de hibridación entre humano y simio.
A partir de estas apariciones se van suscitando otros encuentros, y los plácidos diálogos –que parecen delicadas murmullos- repasan el pasado y traen al presente sensaciones y percepciones que permanecían en estado de latencia. Weerasethakul propone un cine sensorial, en donde hasta el más ínfimo detalle de la banda sonora tiene un sentido. No ignora el autoritario pasado de su país y lo incluye en el sorprendente mundo diegético sin ningún tipo de obviedad ni subrayado. Aparecen, entonces, un tiempo pretérito más contemporáneo, pero también un pretérito “mítico”, a través de una fábula entre una princesa y un pez espada que tiene la facultad de encantar. Tiempos que dialogan y generan resonancias en las vidas que Boonmee recuerda y en las imagina un futuro.
El director más que “desarrollar” una historia habita universos, y hace de la materia fílmica el registro de ese hábitat. Más que establecer un recorrido de causa y efecto, promueve en su cine una serie de sensaciones que se cruzan, se bifurcan, y que desde allí se proyectan a la memoria. Su cine se percibe inicialmente como fantástico: en la cena en la que emergen los espíritus hay sorpresa pero no miedo. Y al poco tiempo, Weerasethakul traslada lo fantástico al terreno de lo maravilloso, espacio en donde las temporalidades se suspenden y lo sensitivo se intensifica.
Merece celebrarse que El hombre que podía recordar sus vidas pasadas (Tío Boonme) haya encontrado su lugar en el circuito comercial, si bien es un espacio discreto y con copias en DVD y fílmico (recomendamos la segunda variante). Pocas veces lo exótico podía escapar a la postal y presentarse bajo la forma de un relato cinematográfico de subyugante belleza, con un estilo que ya es inconfundible.