Una calma e hipnótica fantasía tailandesa
Llegado el momento, el tío Boonme recuerda el lugar donde ya se ha reencarnado en anteriores ocasiones, una cueva que podría pensarse como si fuera el útero materno. Lo acompaña su esposa muerta, que ha venido al campo a consolarlo en sus últimos días, ya que él está enfermo sin remedio. Ella vino la misma noche en que volvió también el hijo desaparecido años atrás. Ahora es un mono fantasma. Noche calma, aquella. Nadie se sorprendió por las visitas, más bien las recibieron con la dolida serenidad con que se reciben los recuerdos tristes. Nada sorprende a esta gente que vive en un mundo natural y religioso al mismo tiempo.
Así es esta bucólica fantasía tailandesa, una obra calma e hipnótica, sugerente, sin nada demasiado explícito, ni expresos mensajes celestiales, ni efectos especiales. Tan sólo el brillo de fuego en los ojos del mono, que visto de cerca, o de día, más bien parece un tipo disfrazado de yeti manso. Tampoco hay mayores recuerdos de vidas pasadas. Puede mencionarse uno, sugerido elípticamente, confuso, pero más que nada doloroso, porque tiene que ver con el pasado cercano de algunos tailandeses que debieron convertirse en cómplices de crueles asesinatos políticos. Y otro, a manera de sueño, acerca de una princesa seducida carnalmente por un pez que le habló como un hombre, o por un hombre que a los efectos de la interesada se convirtió en pez. Esa parte tiene aire de leyenda, de viejo cuento folklórico, y no queda claro si es exactamente un recuerdo personal, un mero sueño, o un inserto para alargar el metraje, pero queda lindo.
El autor es Apichatpong Weerasethakul, artista muy apreciado en festivales, pero no tanto hasta ahora en salas comerciales. Dos cosas demoraron su reconocimiento: su nombre impronunciable e inmemorable, y su propio cine, hecho de obras largas, adormecedoras, con interminables planos sin narración alguna ni mayor sentido. Pero esta que ahora vemos tiene algo distinto. Tiene una historia más atractiva, llevadera, envuelta en un manejo más hábil y sustancioso de los tiempos, de los climas, del paisaje selvático, y del sonido, que es casi otro protagonista. Y tiene también una sensación de consuelo frente a la decadencia y la muerte, algo que ya era bien apreciable en su anterior «Síndromes y una centuria», inspirado en sus padres médicos.
Ahora, vagamente inspirado en el libro «Un hombre que puede recordar sus vidas pasadas», del monje budista Phra Sripariyattiweti, 1983 y, más vagamente, en arrepentidos de la masacre del pueblo de Nabua, 1965, este film recibió la Palma de Oro de Cannes 2010. Presidente del jurado era Tim Burton, lo que no es exactamente una garantía, pero saber esto puede ser una buena orientación para el público.
Otro dato: junto a este largo el autor hizo también un corto en Nabua, «Carta a tio Boonme», que quizá sea interesante conseguir.