Hace menos de un año atrás, le pedi a mi buen amigo, José Luis de Lorenzo que me preste Tropical Malady. Necesitaba saber por qué, tras ganar la Palma de Oro en Cannes por Tío Boonme (me referiré de esta manera a la película para evitar palabras de más) se consideraba a Apichatpong Weerasethakul, el director que estaba cambiándole la cara al cine.
Al principio no encontré nada asombroso: una hermosa historia de amor entre un campesino y un soldado. Pero esta película cambia completamente el rumbo cuando, el soldado se pierde en medio de la selva. Lo que sigue no se sabe si es un relato que habría contado el protagonista en medio de la película, un flashbacks o el presente. O todo combinado, con personajes que cambian su forma corporal y se convierten en tigres, siluetas blancas que caminan en medio de la oscuridad de la selva, etc.
Realmente, si bien no quede asombrado, me pareció una propuesta muy original y divertida. Para verla concentrado, con tiempo y un litro de café encima para soportar los lentos planos fijos en medio de la selva.
Leyendo críticas de las obras de Weerasethakul, todos resaltan la forma en que transforma la selva en un ámbito aislado del mundo. Los misterios interiores de estos parajes exóticos, para nosotros citadinos cómodos e ignorantes se abren y logramos descubrirlos, manipulación mediante del director. Cuántas de estas leyendas son ciertas y cuáles provienen de la imaginación de Apichatpong, habría que preguntárselo a él. Lo que coincido es que realmente en cine, ver esa jungla, meternos en medio de la oscuridad (porque es oscuridad, y no la seudoscuridad que venden las películas de Hollywood) debía ser una experiencia interesante.
Tras un año de ansiosa espera, me encuentro en una sala cinematográfica frente al elogiado producto del 2010, motivado por envolverme en esa jungla tailandesa y en cambio lo que encuentro, no es tanta jungla sino un portal al más allá. Literalmente hablando, Apichatpong crea una puerta hacia el mundo de los muertos, pero también hacia mundos paralelos. Por momentos, de forma explícita, en otros, de forma tan abierta, que al cerebro le cuesta entender como un hombre puede crear una realidad alternativa con tanta sencillez de recursos, sutileza y naturalidad narrativa.
Nuevamente, no creo que haya algo asombroso en Apichatpong (o sea, no es David Lynch, que te provoca un malestar interno, te desorienta, te mueve cada célula provocando salir temblando de la sala), pero admito que este cuentito, tiene momentos sublimes: una charla entre un hombre moribundo, su sobrino, su cuñada, el fantasma de su esposa y un hijo convertido en Yeti no es algo que se ve todos los días, y que el diálogo tenga tanto ingenio para que no suene forzado o fantástico demuestra que este director tiene herramientas para generar expectativas.
En el medio, se infiltran otras leyendas que aportan más bien al tono mítico de la película, que a la trama central de por sí, como la de una princesa que aparece en medio de la selva y es ¿“violada” por el río?
Todo es posible en esa selva tropical. Y si todos los elementos fantásticos-oníricos no son suficientes para atraer al espectador, también hay un directa crítica política a los militares que acribillaron civiles en Laos, a la xenofobia que sienten los tailandeses hacia los laoneses que cruzan el río para trabajar en Tailandia, hacia la falta de libertad de expresión del gobierno, hacia los dogmas budistas y fanatismo religioso, hacia el hipnotismo de la televisión. ¿Demasiado? No, porque el director logra combinar todos estos elementos de forma armónica, divertida, sin golpes bajos, con magia narrativa, lirismo, belleza audiovisual. No solamente cada encuadre es perfecto, sino que el sonido es lo realmente envolvente, lo que permite que el espectador se meta en la selva. No tanto las imágenes.
Lo más irónico es si uno hace una lista de todos estos elementos que se mezclan en la película, podríamos estar hablando de una epopeya, pero lo cierto es que, si algo se puede criticar es que es una película bastante lenta, que al igual que Tropical Malady debe verse y disfrutarse bien despierto, porque voy a ser honesto, el clima, el paisaje, los diálogos pausados provocan un poco de somnolencia. Diálogos que tienen un contenido espiritual y filosófico bellísimo acerca de la vida, de la muerte, la reencarnación y como la muerte no es el final, sino el principio de otra etapa. Pero eso no es suficiente para convertir en un poco más dinámico al relato, al menos para los ojos de los espectadores occidentales acostumbrados a la velocidad urbana.
Sobre estos contrastes ideológicos, sobre las diferencias en los tiempos es justamente donde se centra Apichatpong. La velocidad de la sociedad contemporánea es lo que cuestiona.
Quizás me hubiese gustado que no explicara tanto. Que todo quedara más abierto a la imaginación y la comprensión del espectador como sucedía en Tropical Malady. Pero aún, cuando no se trate de una obra tan mística como la anterior, no se puede negar que Tío Boonme es una película especial, que pregona múltiples lecturas, que merece verse más de una vez para apreciarse como Apichatpong y sus vidas pasadas, mandan.