Un inmigrante se deja tatuar por un controvertido artista y la “obra”, en su propia piel, requiere de un museo. Parábola sobre las libertades y otras cosas, con ciertos acentos de crítica social y política, tiene la sabiduría de contener por momentos la alegoría -qué cosa horrible la alegoría en el cine- para que surja la potencia absurda, kafkiana (es decir, trágica finalmente) de la situación de base. Las declamaciones ocasionales le restan vuelo.