Nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera, el film tunecino abre la polémica: el cuerpo se convierte en una obra de arte para indagar acerca de la propia identidad. El factor humano considerado un elemento de mercancía, y previamente teorizado por artistas como Santiago Sierra (Madrid, 1966), Oscar Bony (Buenos Aires, 1941) y Tanja Ostojić (Serbia, 1972). De modo poderoso, la realizadora Kaouther Ben Hania plantea el tema de los refugiados como telón de fondo a un mundillo del arte sofisticado, esteticista y conceptual. La paradoja acerca de la explotación (de indocumentados y desempleados) como puerta de salida para ‘ciudadanos de segunda’ en busca de una oportunidad funciona como el disparador argumental perfecto. Un inmigrante se abre paso más allá de las fronteras y en su decisión gravita el conflicto existencial: implica la coyuntura la carencia de libertad que, en un principio, el joven sirio anhelaba. Critica “El Hombre que Vendió su Piel” el tráfico de personas alrededor del mundo, la miseria y la desidia describen a nuestra condición. Un mundo que levanta muros y vigila la circulación de los ciudadanos. La metáfora funciona como sátira si pensamos las circunstancias relatadas como la instrumentalización que transmuta una capacidad en un precio. Un asunto de valores e inconfundible indicador de globalización. Una banda sonora excelsa (Vivaldi y Pucini, destacan entre otros) y rubros técnicos impecables redondean los valores de una propuesta provocativa y mordaz.