El silencio de la historia
La pequeña Martina no ha sido la misma desde el día en que su hermano menor murió. El impacto de esa muerte la sumió en un profundo silencio que su familia ya ni siquiera cuestiona; la niña sencillamente está muda y este rasgo particular la pone muchas veces en posición de extrañamiento respecto de sus pares, que tienden a aislarla.
Pese a su corta edad y escaso roce, Martina sigue con interés el devenir de los adultos que la rodean. Sabe que están en guerra, pero esta es una circunstancia tan arraigada a su breve memoria que casi no recuerda otra forma de vida y su único interés en lo inmediato es el nacimiento de su nuevo hermanito. Sin embargo, luego de la llegada de un regimiento de SS alemanas al pueblo de Bologna en el que vive con su familia, la niña advierte que un mar de fondo comienza a sacudir a la comunidad: los partisanos se esconden en las montañas y el peligro de una confrontación desigual comienza a sentirse en el aire.
En medio de los conflictos, la vida diaria de un poblado agrícola de montaña y sus costumbres solidarias brillan a lo largo de una película que tiene para ofrecer sólo un poco más que un testimonio de aquellos días donde la tragedia acechaba sin perdonar a ancianos, mujeres y niños.
El filme de Giorgio Diritti tiene, más allá de su escaso interés por profundizar en personajes individuales o su relevancia en una trama mayor, un mérito innegable: ofrecer una mirada a una tragedia largamente impune, la matanza de Marzabotto. Un hecho real, uno de los tantos actos genocidas agónicos efectuados por las SS en las postimetrías de la Segunda Guerra Mundial y que no tuvo condena en la Justicia sino hasta el año 2007, revelando que la memoria sobre este pasado atroz nunca es suficiente.
Sin embargo, ¿es suficiente la intención del filme para dotarlo de calidad cinematográfica? Esto es cuestionable, ya que más allá de la fidelidad de la reproducción histórica y el interesante juego narrativo con que director y guionistas deconstruyen la comunidad de la zona de Marzabotto, una historia que debería resultar devastadora en su clímax se convierte en una crónica más de la historia infame de la Italia facista, por momentos aséptica y errante.
Sí se puede destacar la actuación de la pequeña Greta Zuccheri Montanari, que por su rol de testigo silenciosa y por el peso de su personaje en la historia ocupa necesariamente un lugar preponderante. En cuanto al hombre que se alude en el título, la interpretación queda a criterio del espectador. ¿Se trata de un partisano, de un sacerdote, de un simple vecino? ¿Se trata del hermano largamente esperado por Martina? Quizá sólo sea una expresión de deseo, un símbolo de reconstrucción o renacimiento, la esperanza de la paz y de un nuevo hombre, hijo de los nuevos tiempos.