El nuevo largometraje del israelí Hany Abud-Assad es una biopic sobre el ascenso a la fama de Mohammed Assaf, un palestino que ganó, en el 2013, el concurso de canto del programa televisivo Arab Idol.
La trama es simple: un grupo de cuatro amigos desean tener una banda de música, pero son Mohammed (Kais Atallah) y Nour (Hiba Atallah), la hermana del protagonista, quienes sueñan que de grandes serán reconocidos músicos a nivel mundial. Pero, por diferentes avatares de la vida, sus sueños se ven truncados, sobretodo, los del protagonista.
Hay un mayor interés para contar la infancia y adolescencia de Assaf, que su participación en el Arab Idol. La última parte de la película está plagada de intertítulos para justificar, con el recurso de la elipsis, las instancias de la competencia. “El Ídolo”, como dije, carga todo su peso dramático en el periplo que llevó a Assaf a convertirse en lo que es en la actualidad.
La división contrapuesta entre la infancia y la adolescencia sirve para subrayar el paso de la niñez al mundo adulto. De chicos nuestra vida está signada por sueños, cuya concreción se limita a juegos, productos de nuestra imaginación. La desilusión se asoma cuando crecemos, cuando nos desarrollamos. Los juegos dejan paso a la realidad, y la alegría por un ilustre futuro se convierte en resignación. Está claramente señalada esta premisa en la película, pero ésta peca por tener un narrativa sensiblera y apelar, de manera traicionera para generar empatía, al uso de primeros planos para mostrar las caritas angelicales de los protagonistas..
La candidez con la que se desarrollan las situaciones, lo inocuo de los conflictos internos de los personajes y la desdibujada pasión con la que se cuenta la historia, hacen de “El ídolo” una película torpe.
¡Pero no todo está perdido! Hay un momento que se redime de toda esa inocencia ficcional. Es cuando Assaf, ya adolescente, lleva en su taxi a su amiga Amal (Dima Awawdeh), acompañada por una hermana, para hacerse la diálisis al hospital. Mientras el protagonista canta por el encarecido pedido de sus pasajeras, se muestran, con un travelling lateral, justificando un plano subjetivo de Amal tras mirar hacia la calle, edificios destruidos por el conflicto armado con Israel. Este plano, que no dura más de cinco segundos, rechaza todo elemento del relato ficcional -incluso el canto del actor Tawfeek Barhom, quien personifica a Assaf en su adolescencia- para convertirse, solo con la fuerza de la imagen, en un relato documental. Este brevísimo registro, que saca fuerza y su significación de la realidad, connota el sentir del protagonista y denota el padecimiento del pueblo palestino. Es la realidad la que condensa y pliega la narración para darle forma generalizada a la angustia que se vive en esas tierras. Este travelling, de inusitado lirismo para lo que transmite la película, por sí solo vale más que el resto del película.
Puntaje: 2,5/5