Una historia de sentimientos nobles y soledad
Éramos pocos espectadores en la noche del viernes, en la segunda y última función de ese día. Allí, en esa pequeña sala, no éramos más de veinte. Y la situación parecía reflejar lo que nos mostraba la pantalla. Frente a nosotros, en un pequeño teatrillo, el personaje de ese mago, Tatischeff, hombre de mediana edad, con ese parecido tan particularmente cercano a Monsieur Hulot, desplegaba su ingenio frente a una platea semivacía. Sólo estaban allí una abuela y su nieto.
Tras aquella maravilla que vimos a principios de este nuevo siglo, Las trillizas de Belleville, y de uno de los episodios de París, Je t'aime animó la letra de un guión guardado del gran creador Jacques Tati, Nº 4, que le fue confiado con cierto recelo al realizador por la propia hija reconocida del director. Hay toda una leyenda de tramas secretas y amores negados detrás de esta historia, que tiene mucho de melodrama sublime y que nos lleva hoy a disfrutar, mágicamente, de este prodigio fílmico.
A diferencia de los dibujos animados de hoy, El ilusionista no se promociona desde la truculencia, ni efectos especiales, ni formato y proyección 3 D. Por el contrario, reconocemos las imágenes como si estuviésemos leyendo libros de cuentos antiguos, con sus figuras troqueladas, con esa pátina de tintas, de luces y sombras, de colores que se refugian en cajas de acuarelas.
Sorprendente es el film de Sylvain Chomet para quien firma esta nota. Nos reencuentra con una historia de sentimientos nobles y soledad; nos hace participar de ese perfume de melancolía que se expande en ese forcejeo entre el ayer y el hoy. Parecería que en nuestro mundo actual, como en el del personaje, ya no hay lugar para los magos y los sueños.
Iluminado por citas cinéfilas (los zapatos rojos que nos llevan al mundo de Oz, la proyección de una escena de Mi tío del propio Jacques Tati), el film de Sylvain Chomet está ambientado a mediados de los '50, cuando ya los grupos de rock preanunciaban a los nuevos conjuntos musicales y poblaban los escenarios. Cuando ya los magos, ilusionistas, artistas de varieté, comenzaban a ser marginados por los propios empresarios y el público.
De París a Edimburgo, viajes en tren y en barco, cielos azules grisáceos, y las incesantes lluvias; historia de otro encuentro: el del mago Tatischeff con una joven huérfana, silenciada, llamada Alice, a quien el artista le brindará su cariño paternal y le abrirá otras puertas.
Entre la nostalgia y el tierno humor, El ilusionista revisita aquel cine artesanal que hizo soñar a tantas generaciones. A aquel maestro de la comedia que fue y es Jacques Tati, cuyos gestos, actitudes, forma de caminar, vuelven a proyectar a Monsieur Hulot en la pantalla de los sueños.
Y a la magia como acto de fe, tal como nuestro siempre presente Jorge Luis Borges la redescubre en su inmortal cuento La rosa de Paracelso.