Luminoso homenaje al maestro Tati
Llega una nueva delicia animada del director de Las trillizas de Belleville, que vuelve a abordar el tema de la soledad a través del conmovedor encuentro de un prestidigitador en decadencia y una joven trabajadora de una taberna.
Una historia que esperó durante décadas, el realizador de la fantástica Las trillizas de Belleville, una película de animación con apenas dos personajes ambientada entre los finales de los años cincuenta y el comienzo de los sesenta, todo eso es El ilusionista, segundo largometraje de Sylvain Chomet, que tomó un guión autobiográfico del actor y director Jaques Tati (1907-1982) y lo convirtió en el homenaje al maestro francés, uno de los grandes artistas del siglo XX, que dejó joyas inolvidables como Las vacaciones del Sr. Hulot, Mi tío y Playtime.
La película cuenta el comienzo del fin del vaudeville a través de un prestidigitador (alter ego de Tati), que actúa para cada vez menos público en teatros de mala muerte, miembro de un ejército en retirada compuesto por payasos, magos y ventrílocuos. El protagonista está solo, sin afectos a la vista pero también sin más obligaciones que con su arte en extinción. Y allí va, a donde requieran sus servicios, se sube a trenes, barcos carretas, lo que sea para llegar a distintas localidades de Gran Bretaña para hacer lo suyo en lugares aun peores que los de su patria.
Pero de pronto ocurre el milagro. En Escocia encuentra a una joven, pobre, fregona en una taberna, tan sola como este héroe grandote, anacrónico, que convierte a la adolescente en el motor de su vida, la hija que nunca tuvo, que lo admira por su capacidad de hacer aparecer objetos preciosos (vestidos adorables, relucientes zapatos), que le permiten a la chica soñar con otros mundos posibles.
En ese sentido, es conmovedor proceso de acercamiento del protagonista con la huérfana, llena de magia, humor y aprendizaje de ambos, como cualquier relacione padre-hija.
Si el imaginario de Tati se basaba en la crítica a la atronadora sociedad de consumo a través de un minucioso trabajo con el sonido que en buena parte provenía de los objetos que rodeaban a sus criaturas –en contraposición a la lucha contra los elementos de Buster Keaton–, tal vez la única objeción sea que Chomet utiliza el sonido de la música incidental para llenar huecos en la narración y así recorrer el camino de la nostalgia por un mundo que ya no existe.
Al filo de 2011, el estreno de El ilusionista es una agradable sorpresa en la cartelera local, una película que sin dificultades puede ubicarse entre los primeros puestos de las habituales listas de las “mejores del año”.