Quedan los artistas
El gran Tatischeff ha visto tiempos mejores. Hacia los años ´60, con el declive de un estilo de vida y de la costumbre del asombro, comienza a advertir que se hace muy difícil la supervivencia de su arte. Tatischeff sabe cómo deslumbrar a los niños, a los simples, e incluso a un público nuevo en un pueblito aislado, pero es rechazado de manera más o menos rápida en las grandes ciudades.
Es justamente en un pueblo escocés donde conoce a Alice, una adolescente que termina yéndose con él de viaje y poniéndose bajo su cuidado como si fuera la cosa más natural del mundo. Alice está convencida de que Tatischeff es capaz de materializar dinero, pares de zapatos, comida o un abrigo de la mismísima nada. Para el veterano prestidigitador se vuelve una auténtica prueba de entereza mantener la ilusión de Alice y, al mismo tiempo, conseguir trabajo para comprar todas esas cosas que ella, una joven pobre e impresionable, admira con deseo en cada escaparate de Edimburgo.
Con una resignación estoica y un sentido de la rectitud muy personales, Tatischeff se vuelve querible no sólo para quienes se cruzan en su camino a lo largo del viaje por Francia y el Reino Unido, sino para el espectador. Es que, finalmente, es el espectador quien será capaz de apreciar todos los guiños a Mr Hulot y al propio Jacques Tati, creador de aquel entrañable personaje cinematográfico, y de la historia que aquí adapta con maravilloso pulso el realizador Sylvain Chomet.
Chomet y su equipo de animación vuelven a demostrar en este filme una calidad extraordinaria. Ya que, como sucedía en el largometraje "Las trillizas de Belleville", los diálogos son escasos o nulos, con una mezcla enrevesada de idiomas que no confunde al espectador porque las imágenes y la música son lo suficientemente elocuentes para transmitir conceptos, emociones y actitudes. No es un trabajo fácil, pero lo consiguen de manera natural y deslumbrante, como si el cuento no pudiera ser relatado de ninguna otra manera.
Salvando alguna morosidad en el inicio de la trama, el filme discurre de forma bastante ágil, interesante, sobre todo, por la construcción hiperbólica aunque humana de los diferentes personajes centrales (Tatischeff y Alice) y secundarios (el ventrílocuo, el payaso triste, el escocés borracho y el representante del mago, entre otros). A medida que avanzan los minutos, la sensación de melancolía y fatalidad se adueña de la pantalla; se vuelve, por momentos, no apta para demasiado sensibles. Como sea , "El ilusionista" consigue transmitir un mensaje de esperanza, fundada en la capacidad que tienen los auténticos artistas (esa maravillosa especie en riesgo) para reinventarse y surgir nuevamente de sus propias cenizas.