Este nuevo film del director de Las trillizas de Belleville tiene algo a su favor: está basado en un guión nunca filmado de Jacques Tati. Entonces, ahí surge el humor, surgen los personajes complejamente simples que tras una construcción puramente física delimitan un mundo. El mago Tatischeff se muda a Escocia, esperando que allí sí tenga el trabajo que en Francia le comienza a escasear: y ahí se muda con su conejo irascible -genial apunte que hace recordar al corto Presto, de Pixar- y a una joven tímida y callada, aunque impetuosa y activa que descentra al más envarado Tatischeff. El problema del film está en su resolución, donde el mundo de la magia queda subvertido por la más cruda realidad: la aparición del rock, de la televisión y demás cuestiones parecen destruir el universo de gente como Tatischeff, sostenido en la más pura fantasía y la credulidad de los espectadores. También parece haber una crítica en sordina a Disney con la aparición de cierto personaje masculino -ver los trazos con los que está compuesto en comparación al resto de los personajes-. Y si bien todo parece estar bastante bien en L’illusionniste, el final amargo, la pesadumbre, que niega la posibilidad de magia no le sienta a un film que encontraba sus mejores pasajes, precisamente, en la posibilidad de lo sorpresivo a partir del más prosaico acto de magia.