La ilusión del cine.
Alice mira por la ventana. Ella es pobre, vive en un pueblito de Escocia y está encantada con la magia de Tatischeff (que además de ser el nombre del alma mater de la película, Jacques Tati, es el nombre del ilusionista). Mira, y no sabe que abajo una señora tiene problemas rellenando una bolsa con plumas. El viento sopla con más fuerza y las plumas decoran un árbol como si fueran copos de nieve. Ella piensa que el frío invernal hizo nevar y enciende la chimenea, para agasajar al mago. El mago llega a la habitación (para ese entonces el viento y unos niños ya desplumaron al árbol) y Alice vuelve a mirar por la ventana: la nieve no está más. Indudablemente Tatischeff hizo que desapareciera.
Alice en cierta medida nos representa a nosotros, los que amamos al cine. Creemos en una ilusión (que es mucho más romántico que decir "un truco de magia" que devela su artificio) y en este caso, creemos en el cine. Si no creemos en el cine, no lloramos cuando Chaplin se encuentra con la florista ciega. Si la ilusión no existiera, no nos pondría nerviosos ver la silueta del cuchillo acercándose a la bañera. George Meliès, el director de la primera película de ciencia ficción/fantasía de la historia (El viaje a la Luna), era un mago Y cualquier película con magos, tiene una responsabilidad mayor a la hora de hacer un comentario sobre el cine (todas las buenas películas lo hacen). ¿Nunca vieron un detrás-de-escena de una película que les gustó mucho? ¿Nunca sintieron decepción por saber como era "el truco" que hacían para hacernos creer que existía un castillo enorme, por ejemplo? Las personas inteligentes aceptan la magia, la ilusión. Se dejan maravillar por ello. Los cínicos, los que llevan una vida gris, no están pensando en la magia. Están pensando en descubrir el engaño, la trampa. Pobre de ellos.
El ilusionista, en sus breves 80 minutos habla sobre muchas cosas. Sobre el estado del arte (principalmente de los artistas), sobre el amor entre un padre y una hija (Sophié, la hija que Tati apenas conoció), sobre el cine mundo y cómico, sobre las modas. ¡Qué atrevimiento sería criticar a The Beatles hoy en día!... por suerte la banda ficticia de la película se llama The Britoons (algo así como los "dibujitos británicos") que son verdaderamente unos tipos dibujados, que gritan y enloquecen a las muchachas. El espectáculo de Tati es anacrónico. Nadie se queda para ver a un viejo sacando un conejo de la galera. Qué acto viejo, qué cliché. Hasta un chiquito cínico advierte la falsedad (que no se ve, claro) del asunto. Nadie parece dispuesto a creer en la magia. Ese es un poco el rol que tienen, lamentablemente, algunas películas clásicas y animadas. Muchos son reacias a verlas. Han perdido su inocencia y el blanco y negro les parece anticuado. Ni hablar de tratar de ver una película animada con un adolescente: quieren ver algo "serio", algo "adulto". En un mundo ideal, The Britoons y el ilusionista tendrían el reconocimiento que se merecen. Y no digo uno en desmedro del otro.
En una época donde el 3D parece la excusa para ir al cine (el 3D, que oscurece la pantalla y le da "más" profundidad de campo a las películas que de por sí son en 3D) y los efectos visuales son cada vez más importantes (no por nada la Academia de Hollywood expandió la categoría a 5 películas nominadas), ver El ilusionista, una película casi muda (los personajes sólo murmuran), con una paleta de colores pastel (¡vieja!) y acuarelados (¡débil!) resulta casi tan anacrónico como ir a ver el espectáculo de Tatischeff.
El ilusionista es un hombre alto, de movimientos torpes, con unos pantalones ridículamente cortos, que encuentra afecto y cariño en un pueblito escocés. En París su show es poco menos que despreciado. Allí conoce a Alice, la muchacha que escapará de su realidad con él. Es una muchachita cuyos modelos de roles son los maniquíes de las vidrieras de ropa. No confundan las cosas: no es frívola ni tonta. Es inocente, y por eso la magia de Tati(scheff) impacta directo en su corazón. Él, en una cruzada quijotesca (o chaplinesca) intenta complacerla como sea. Pero como en una cruzada quijotesca, Sancho llora la muerte de Quijote, y lo insta a volver a ser un caballero errante. Sancho, la figura que quería que Quijote recupere su salud mental, lo llamaba de nuevo a la acción. En El ilusionista, sucede algo parecido, aunque de otro modo.
Que El ilusionista es una película melancólica, sensible, lírica y profunda, de esos no hay dudas. Pero no es como la ópera prima de Sylvain Chomet, Las trillizas de Belleville -que también era melancólica-. Esa arrancaba como un rayo: con la canción Belleville rendez-vous y las "caricaturas" de Fred Astaire y otros bailando.Esta es una película mucho más tranquila. Comparte, eso sí, el amor que los personajes tienen por sus hijos. O sus nietos. Son una prueba de lo que las personas podemos hacer por quienes amamos. El resto de los personajes no son despreciados, aún cuando sean seres deformes, con cabezas puntiagudas y intenciones poco nobles. Aquí algunos secundarios dan lugar al costado más melodramático y poco sutil de la película (un payaso depresivo y suicida, por ejemplo) pero uno lo soporta, porque tampoco desentonan con el tono general.
No es una película triste. Para nada. El ilusionista es una ilustración del cine. Un grandioso homenaje al cine de Jacques Tati, Las vacaciones del señor Hulot, Mi tió -de la cual se ve un fragmento-, un recordatorio de por qué amamos no sólo al cine de Tati, sino al cine en general. Porque El ilusionista es mágica. Es maravillosa. Es cine.