Sylvain Chomet sigue eligiendo un modo de relatar donde las palabras sobran
Dos cosas se pueden decir con certeza de L’ilusionniste: que claramente es una historia de Tati y que sin dudas la cuenta Chomet.
El espíritu de Jacques Tati, que ya se vislumbraba en el anterior film de Chomet, Las trillizas de Belleville, recorre toda la animación. No solamente porque el personaje principal sea él mismo, el mago Tatischeff, sino por cierta atmósfera romántica en la que el pasado se escurre, hasta casi desaparecer, fascinados todos por una modernidad ruidosa y consumista.
En medio de estos cambios- a nivel mundial- Tatischeff recorre el orbe tratando de vivir de su arte. Hasta que llega a Escocia y conoce a una jovencita que, embelesada por sus actos de magia, decide seguirlo. En una contradicción propia de la mentalidad capitalista, Tatischeff deberá cada vez hacer cosas menos relacionadas con lo mágico para mantener la ilusión en la niña de que las cosas materiales que ella desea poseer se pueden obtener por arte de magia.
De igual manera, el espíritu de Chomet también está muy presente: la relación con los animales (en Las Trillizas… era el perro Bruno, aquí es el conejo), la mirada no del todo simpática sobre los niños (no son los personajes más queribles dentro del universo Chomet), las ciudades plagadas de personajes consumistas, elitistas y hostiles.
Sylvain Chomet sigue eligiendo un modo de relatar donde las palabras sobran y la mera mímica de una sonoridad alcanza para hacernos entender el mensaje. Sin embargo, a diferencia de su anterior animación, la música incidental ocupa todo el metraje. Los estados de ánimos del espectador son manipulados principalmente mediante el uso de la música.
Contrariamente a Las trillizas…- donde el recuerdo inmarcesible que el niño tenía de su abuela hacía que los personajes fueran extraordinarios, heroicos, improbables- aquí, los protagonistas son mucho más realistas. La dura realidad del artista que ya no tiene lugar dentro del mundo del espectáculo (el mago, el payaso, el ventrílocuo, el trapecista, “casualmente” todos artistas que son asociados a la marginalidad del circo ambulante) es representada sin el velo encantador de la nostalgia. Paradójicamente, El ilusionista es un recorrido por el mundo de la desilusión.