El experimentado documentalista vuelve esta vez la mirada sobre sí mismo, sobre su propia historia, al tratar de rearmar lo que sucedió con su padre, un militante político que desapareció en 1978 durante la dictadura en circunstancias poco claras. Pero si bien Andrés se dedica a averiguar detalles sobre la muerte de su padre (que lo llevan a viajar a Brasil), el centro de la película está en su propia (des)memoria como hijo, en tratar de recordarlo, cosa que solo puede hacer mediante fotos, cartas, algún video y audios.
Andrés es un poco más grande que otros hijos de desaparecidos que hicieron películas sobre la historia de sus padres, como los realizadores de M y LOS RUBIOS. El tenía 9 años cuando dejó de ver a su padre, pero de todos modos no recuerda casi nada, ni siquiera haber escrito el diario que encuentra y en el que relata sus vivencias cotidianas entonces, estando en México con su madre mientras su padre seguía aquí –ya separado de ella– y lo visitaba ocasionalmente.
Con algunas entrevistas (su madre, amigos y compañeros de militancia de su padre) pero prefiriendo el formato ensayo en primera persona con el realizador como protagonista, Andrés recorre su infancia y su relación con su padre desde esos materiales y testimonios, llegando a momentos verdaderamente emotivos gracias a la lectura de cartas de su padre o en momentos de la entrevista con su madre. Especialmente interesante es cuando pregunta y se pregunta sobre qué podía llevar entonces a padres a dejar de lado a sus familias y decidirse por la lucha armada sabiendo que una muy posible consecuencia era poner en riesgo y hasta perder a sus seres queridos, opción que Andrés reconoce como impensable en relación a sus propios hijos. Más allá del clásico “contexto de la época”, no hay respuesta para esa pregunta. Acaso nunca la habrá.