El desbordante mundo del Sr. Gilliam
Promocionada en todo el mundo por ser la película póstuma del actor Heath Ledger, el nuevo opus de Terry Gilliam es una nueva incursión del realizador en los universos paralelos, muchas veces esenciales para enriquecer la experiencia mundana.
El film comienza con la rutina de magia que llevan a cabo el doctor Parnassus (un monje milenario, interpretado con convicción por Christopher Plummer), su hija adolescente (Lily Cole), y dos ayudantes (un joven y un histriónico enano). Espectáculo de feria tan anacrónico como singular, no consigue la atención del público al que parece estar dirigido, que se divide entre los apáticos y los desentendidos. Claro que tanto unos como otros ignoran que tras el espejo que promociona el asistente del doctor, en verdad se encuentra su desbordante mundo imaginario. Hasta que un día la particular troupe se topa con un hombre a punto de morir ahorcado (Heath Ledger) y este encuentro no tardará en encontrar relación con el pacto que Parnassus realizó con el mismísimo demonio (un Tom Waits en clave Aníbal Pachano). Dicho pacto vencerá cuando su hija alcance la edad de dieciséis años, momento en el que la joven se convertirá en propiedad del diablo.
Escrita en colaboración con Charles McKeown (en Brazil -1985- y La aventuras del barón Munchausen -The Adventures of Baron Munchausen, 1988- ya habían trabajado juntos), la película estuvo a punto de ser abandonada tras la muerte del célebre actor. No hubiera sido la primera vez que Terry Gilliam hubiera dejado un film inconcluso, tal es el caso de su transposición de Don Quijote. Si el proyecto persistió, fue gracias a que el rol del actor fue “completado” por sus amigos. Pero qué amigos: Jude Law, Colin Farrell, y Johnny Depp. En términos de verosimilitud, se trata de una jugada de riesgo que salió bien. Cada vez que el personaje ingresa al mundo imaginario, su rostro muta. Claro que el mecanismo no aplaca ciertas falencias narrativas.
A partir de la irrupción del personaje en la vida de Parnassus, el relato se bifurca hacia la reconstrucción de la identidad del mismo, crucial para la resolución del film. Una línea de la película que no termina de articularse con las secuencias del desbordante mundo, fascinantes la más de las veces, pero un tanto reiterativas y disgregadas de la totalidad del metraje.
Película irregular casi por antonomasia, no deja de ser un acierto que la versatilidad del realizador por construir mundos paralelos también se ajuste a la composición del “mundo Real”. La Londres contemporánea es el reverso del mundo colorido y surrealista de Parnassus. Espejo deformado de aquel, como todo en la filmografía del director, no deja de presentar dos caras. La primera es la que vemos desde el comienzo, la de una metrópolis desangelada y miserable, en donde la modernidad no es sinónimo de bienestar. El otro costado está relacionado con la visión de la hija de Parnassus, tal vez la más condescendiente, emparentada con la confianza en la familia y el mercado. Una visión real y a la vez optimista. Al fin de cuentas, desde ese mundo Terry Gilliam piensa sus realizaciones. El final encontrará a su milenario hechicero ajustando cuentas con ese mundo. ¿Se encontrarán?