Un mundo de sensaciones
Para bien o para mal, Gilliam 100%
Terry Gilliam siempre ha sido un director que ha hecho lo que quiso. Avalado por algunos éxitos inesperados por la industria consiguió sostenerse en un mundo donde los fracasos (estrepitosos y millonarios) no son acumulativos. Después de Los hermanos Grimm y Tideland y siguiendo con esa temática de fantasía a la que es tan proclive se internó en el mundo del Doctor Parnassus y con la presencia de Heather Ledger vio como se le abrieron las puertas para su proyecto. Pero nunca nada es tan sencillo. El protagonista murió antes de terminar la filmación y Gilliam se vio envuelto en un dilema. Con una pequeña ayudita de los amigos de Ledger (Deep, Farrell, Law) se resolvió lo que aún restaba filmar y el resultado está ante nuestros ojos. Un cuentito pura fantasía y magia que carga con todos los tics del mundo gilliamista. Sus virtudes y defectos.
Un hombre inmortal (Plummer), artista trashumante, de esos de carromato y carretera, afecto a los relatos y al juego ha hecho un pacto con el diablo (Waits) por el cual consiguió la juventud para enamorar a una bella joven y le debe entregar el alma de su hija cuando ésta llegue a los 16. Estamos en plazo a cumplir y el negocio del encantamiento no anda nada bien. La troupe (viejo, hija, enano y joven asistente) rescata en su camino a un muchacho (Ledger) que se ha ahorcado bajo un puente, que tiene un secreto que ocultar y ganas de colaborar con sus salvadores.
De evidente lectura autobiográfica (un hombre a contrapelo de una contemporaneidad que lo excluye y lo olvida), el filme desarrolla un mundo de magia y trucos de cartón pintado, despotrica contra uno real hipócrita y de superficial corrección política, levanta los afectos frente al dinero y funda su fuerza en el poder de la palabra narradora. El guión con baches estructurales y desquicios propios de una cabeza en ebullición permanente y con aciertos para solucionar el problema de la muerte (el protagonista cambia de aspecto al atravesar el espejo y todo fluye naturalmente), no deja mucha opción: o uno se adentra en esa realidad fantasiosa planteada o se sienta a buscarle la quinta pata al gato y pedir, algo así como, un realismo inapropiado.