El artista
Terry Gilliam es seguramente el director más personal y barroco de los que están en actividad. Desde los días en que formaba parte de Monty Python le gusta forzar los límites de la representación y el artificio. Liberado del peso que le imponía la obligación de hacer películas en cierta forma episódicas para el lucimiento de todo el grupo, Gilliam dejó volar su imaginación y ya fuera para contar las aventuras del Barón de Münchhausen o para contar una ucronía deprimente como Brasil, Gillian apelaba a distintos lenguajes o texturas y si era necesario dejaba ver los hilos del artificio.
El imaginario mundo del Dr. Parnassus vuelve a mostrar a un Gilliam convencido de contar historias mas grandes que la vida, historias aleccionadoras, historias en las que el realismo puede virar al mas extremo non sense, típico de los ingleses (aunque en verdad él sea estadounidense).
Un actor que está cumpliendo mil años, Parnasus (Christopher Plummer) esconde un secreto que lo oprime y lo hace sufrir. Lo une un pacto con el demonio según el cual debe entregarle a Belcebú su hija cuando ella cumpla los quince años cosa que cuando empieza la película está a punto de suceder.
El asunto es que ese barroquismo y ese jugarse a fondo de Gilliam más de una vez le ha hecho pasar apuros cómo cuando filmando una versión de El quijote de la Mancha todos los dioses se pusieron en su contra y nunca logró terminar esa filmación, pero en cambio de allí salió un excelente documental sobre lo que un artista es capaz de poner en juego en función de terminar su obra y lo que tarde en rendirse.
El imaginario… sufrió también problemas en el momento de la filmación. La muerte de uno de sus actores principales, Heath Ledger. Con buena parte de la historia ya filmada, Gilliam suspendió para re escribir el guión y con la ayuda de Colin Farrell, fearrel, Johnny Depp y Jude Law, tomando la responsabilidad de encarar distintas alucinaciones del papel de Ledger, fue que la película llegó a su fin.
La película es entonces una ficción alucinada de un director habituado a los desbordes pero también es el documental de cómo Gilliam se la ingenio para burlar a la muerte. En ese punto hay que decir que el film es una proeza artística, una aventura, una quijotada a contramano de lo que el mercado dice que debe hacerse y por eso hay que verla, porque es una causa pérdida y esas son las únicas causas que vale la pena defender.