La imaginación al poder
Terry Gilliam ("Brazil") vuelve con aire fresco a sus mejores andadas.
Por hechos fortuitos, que tiene n más que ver con la distribución de los estrenos en la grilla semanal, (sobre)abundan los títulos en los que la relación padre/hija son el centro de la trama. Aunque en general lidian con la muerte de sus primogénitas (a Días de ira y Desde mi cielo se suma esta semana Al filo de la oscuridad), en El imaginario mundo del Doctor Parnassus el personaje del título es capaz de hacer lo que sea para que el Diablo, con el bombín y bigotito de Tom Waits, no se lleve a su hijita adolescente.
Pero Parnassus está rodeada de otras cuestiones, que tanto tienen que ver con su trama como con la muerte de uno de sus actores principales, Heath Ledger, por lo que El imaginario. es el trabajo póstumo del último ganador del Oscar como actor de reparto por Batman, el Caballero de la noche. Así, mucha atención del espectador estará en ver al australiano y cómo Terry Giliam resolvió suplantarlo -Ledger murió cuando promediaba el rodaje- por sus amigos Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell.
Y es más: aquí el director de Brazil se lanza -cuándo no- desbocadamente con un historia fantástica en todo el sentido de la expresión, en la que atravesar un espejo puede significarle a quien lo hago ingresar en un universo mágicamente transformador.
Gilliam suele hablar en sus filmes de una sociedad que devasta y excluye al diferente. Habrá quienes lo vean con mayor optimismo, pero los protagonistas de los relatos del ex Monty Python suelen estar agobiados en su pesimismo -aunque la peleen- y ser a la larga perdedores.
Pero hay que tener mil años y enfrentarse en una apuesta con el Diablo.
Parnassus lleva su carromato por Londres. Tiene como compañía a su hija, un enano y un joven. La vida vacía de los transeúntes que se le cruzan cambia radicalmente si atraviesan ese espejo. Y Tony (Ledger) lo descubre, luego de ser rescatado de una horca en un puente sobre el Támesis. Tony, agradecido, quiere que al Dr. Parnassus le vaya mejor que como le va, al menos en lo económico. Cuando el espectador se entere de que el longevo personaje necesita conseguir cinco almas antes de que Valentina cumpla años, ya Terry Gilliam habrá tirado toda la carne sobre el asdor.
Y el asado resulta un festín, nada del todo esperable viendo lo que fueron las últimas realizaciones del ahora ciudadano británico. Pero junto a uno de sus coguionistas de Brazil, Charles McKeown, parece que Gilliam encontró aire fresco. A su reconocida imaginación esta vez le pudo sazonar cierta cuota de lirismo y un diseño de producción que maravilla. Del otro lado del espejo hay mucho efecto especial y animación computarizada, es cierto, tanto como que uno espera como un niño que Tony o quien sea cruce el espejo para disfrutarlo.
Con algunos recortes y retomas, Gilliam solucionó la ausencia de Ledger: cada vez que Tony pasa por el espejo, en ese mundo paralelo, cambia su rostro. Entonces tendremos tres Tonys más: Depp, Law y Farrell. Quien no sepa nada de la muerte de Ledger, tampoco extrañará el cambio: la historia es tan alocada y aceitada que permite todo tipo de dislates, soportados por la lógica gilliamista: suelta tu imaginación, y si no logras tu própsito, al menos lo habrás disfrutado.
De eso se trata.