Caos en la vida de un narrador.
El cine de Terry Gilliam es bastante peculiar. Sus películas son amadas u odiadas (últimamente, más odiadas que amadas). El director puede dar rienda suelta a su poder de imaginar mundos alteras y piscóticos que a veces, funcionan y terminan por sumir al espectador en una experiencia surrealista y sensorial. Brasil, una de las más polémicas obras del director, trataba sobre una víctima de un Estado totalitarista, y si bien el nivel de disparate era alto, en el tercer acto todo se desmesuraba. Pasión por la fantasía y lo caótico, algo que también agrada en 12 monos, aquella ficción con Bruce Willis.
Durante el rodaje de la película, Heath Ledger falleció y Gilliam sólo contó con la mitad de su papel rodado. Casualmente, eran todas las secuencias "reales" del film. Para saber a qué me refiero, vale la sinopsis de la película.
El Doctor del título es un monje de miles de años de edad, un inmortal, que vive apostando contra el diablo (una carismática creación del músico Tom Waits). A través de los siglos, estos seres estuvieron apostando almas humanas. Parnassus tiene un espejo mágico que, al cruzarlo, refleja la imaginación del (o los) visitante(s). También es controlado en parte por el mismo Parnassus y el diablo, que intentarán convencer a cada uno de que vaya para su lado. Hasta la llegada de Tony, un hombre al que la compañia ambulante del inmortal salvó del suicidio, las cosas no iban bien. No sólo porque ya nadie parece interesado en el mugroso y anticuado show, sino porque la misma banda de fenómenos (entre los que se encuentran la bonita Lily Cole y el cómic relief de la película, Verne Troye, Mini-me en la saga de Austin Powers) carece un de un show-man. Ese es el papel con el que juega Heath Ledger.
Según Gilliam, el papel y el guión no sufrieron modificaciones notables a pesar de la muerte del protagonista (aunque algunos diálogos en el Imaginario parezcan indicar que sí). El papel de Tony, que algunos podrán ver como un ángel (está siempre de blanco) salvador del teatro ambulante y callejero, tiene varios matices, y muchas caras. Y no sólo porque cada vez que cruce al Imaginario sea un rostro literalmente distinto. Vale aclarar que con la muerte de Ledger, Gilliam recurrió a sus amigos para completar el material. Así tenemos a Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell (los cuales, salvo el último, no tienen considerable tiempo ni protagonismo en pantalla).
Uno no se puede quejar de que se rompa algún tipo de conexión emocional con Tony al cambiar de rostro, porque sinceramente, no creo que se produzca con algún personaje. No es algo necesariamente malo: la película no trata de ser sentimental, sino, puramente visual. Quizás no tanto, porque la trama está plagada de giros inesperados (un tanto caprichosos e incomprensibles) como para dar el tercer acto tan típico del director de Pánico y locura en Las Vegas. Si bien en la historia hay romance y rendención, el acento está puesto (y debe ser donde el lector se enfoque, si quiere disfrutar la película) en el vasto despliegue visual y fantástico del universo imaginario. Gilliam es un artista, y se nota en cada edificio, construcción, o detalle que tengan sus personajes. Desde mundos conformados por láminas desiguales hasta árboles de madera y escaleras que van hacia las nubes, pirámides que simbolizan el camino hacia Dios, o la purificación del alma. Una obra menor suya, es más original que el resto de las películas promedio.
El problema con todo el relato es, justamente, la narración. Es totalmente caótica. Y en esto, Gilliam profundiza sus errores. Por todos los aciertos que tiene el film (que son bastante y agradables) también uno siente la truncada y esforzada narrativa. Desde los flashbacks que carecen de mucho sentido, hasta las tragedias que sufren sus personajas. O el desarrollo de la película, que quiere abarcar mucho y termina apretando poco y nada. Ejemplos hay a montones. Como las visitas al Imaginario, que en un primer momento son impresionantes, para luego ser repetitivas y arbitrarias.
Es obvio que Gilliam se identifica con los artistas londinenses callejeros que protagonizan su relato. Y va por más: se anima a decir que el universo, el cosmos, el orden, funciona gracias a que siempre hay una historia por ser contada. Perdón, una historia que se cuenta en ese mismo momento. Parnassus es Gilliam. Es un narrador, que pone enfásis en las imágenes del relato, pero se olvida que para que las imágenes se complementen, debe haber una fluidez notoria con lo que uno cuenta.
Mirando la película, me preguntaba si haciendo más abstracta la "historia" no hubiese sido más productivo para todo el film. Para sentir una experience totalmente surrealista, bella, y bien trabajada (todos los actores están bien, algunos más, como el gran Christopher Plummer). Digo, las alegorías se notan sin necesidad de remarcarlas, y por lo que uno se lleva de "la historia" (la película parece una sucesión de secuencias creativas, pero que no siempre encajan) no sería demasiado problema. Después de todo, para ser inmortal, Gilliam tiene al cine. Y seguramente nos cautivará con una obra maestra. Por ahora, sólo es un show aceptable.