La última película de Jackie Chan llega al cine, para darnos algo que es trillado, híper conocido, pero al mismo tiempo nuevo.
La cinta comienza como casi todas las últimas películas sobre un padre vengando a su familia. Quan (Chan) en un instante pierde todo. Su hija, es una de las victimas de un atentado en el centro de Londres, atentado perpetrado por una facción marginal del Ejército de Liberación Irlandés (ERI).
Devastado, y básicamente acabado, decide emprender una cruzada para averiguar quienes mataron a su hija, y vengar su muerte.
Hasta ahí, es todo muy conocido. Pero la gran sorpresa que tiene esta cinta, es la actuación de Jackie Chan.
Con los años, al verlo hacer escenas complicadas de acción, en las que destacaba el no uso de dobles, y con las películas construidas en torno a eso, nos olvidamos que Jackie puede actuar! Ya mas grande (tiene 64 años) no puede contar con colgarse de un techo (aunque aquí lo hace), pelear contra varios (aunque aquí lo hace) o hacer sus propias escenas de acción (aunque aquí lo hace) y claramente giro el rumbo hacia la actuación. Por momentos la cara del artista marcial, nos transmite un dolor, y una angustia que nunca creí que el pudiera transmitir e intencionalmente se lo ve demacrado, para resaltar el hecho que no solo no tiene nada que perder, sino que eso se suma al hecho de que se encuentra al final de su vida.
Del otro lado esta Pierce Brosnan, que vendría a ser, hablando mal y pronto, el brazo político oficial del ERI. Sobre el Quan enfoca su furia, y de esa manera, se transforman ambos en enemigos del otro, ya que de alguna extraña manera, ambos tienen algo de razón.
Bien actuada, competentemente filmada, y con toda la nostalgia de Jackie Chan vulnerable, son dos horas de entretenimiento asegurado.