Entre la política y el deseo de venganza.
Rara avis en la carrera individual de los dos protagonistas, la película dirigida por el neozelandés Martin Campbell desarrolla, al mismo tiempo, escenas de acción y un drama político que toca temas reales y dolorosos.
Película extraña El implacable: por momentos resulta mejor de lo que parece, pero nunca es tan buena como aparenta serlo. Tal vez una de las razones de esta paradoja difícil de describir en palabras -pero que se siente en el cuerpo y la mente durante las dos horas de proyección- esté relacionada con el origen multicultural de su capital. Dirigida por el neozelandés Martin Campbell (un típico realizador de la industria responsable, entre muchos otros títulos, de Casino Royale, La marca del zorro y Linterna verde), se trata de una producción en idioma inglés con Pierce Brosnan en un rol central, pero es, al mismo tiempo, un vehículo para la súper estrella asiática Jackie Chan. Un film de acción de Chan sin una pizca de humor –algo que no marca una primera vez, aunque se trate de un bien escaso– y un drama político que toca temas reales y dolorosos. En esa mezcla de compleja combustión y en la evidente ambición de complacer varios mercados a la vez (el de habla inglesa y el chino están cada vez más cerca, pero siguen manteniendo diferencias conceptuales y de control del contenido) se juegan las bondades y deméritos de The Foreigner (“el extranjero”), cuyo título original resulta mucho más apropiado que el local.
El arranque es brutal, cortante y toca fibras muy sensibles en los tiempos que corren. Chan interpreta a Quan Ngoc Minh, un inmigrante vietnamita cuyo verdadero país de origen no es ese sino China (uno de los secretos de su verdadera identidad), el dueño de un restaurante familiar en un barrio londinense. Un atentado a manos de un desprendimiento rebelde del Ejército Republicano Irlandés acaba con la vida de su hija, entre otra docena de víctimas. El dolor y el duelo personal les cede el lugar a los movimientos políticos y de inteligencia del estado: el poder central del Reino Unido contacta de inmediato a Liam Hennessy (Brosnan), un encumbrado ministro irlandés con un pasado como miembro activo del IRA (y un presente con lazos aún fuertes en la organización, según se desprende rápidamente del relato). Entre esos dos frentes, el de la gran política y el del deseo personal de justicia/venganza, se moverá El implacable. Que Minh, un Chan de 63 años de rostro cansino y apesadumbrado, comience a investigar por su cuenta luego del pedido de paciencia de las fuerzas policiales no resulta nada insólito. Sí un poco más que días después comience a poner sus propias bombas caseras en el despacho de Hennesy, como método de presión para obligarlo a compartir los nombres de los terroristas.
En el fondo, no es algo tan estrambótico: el personaje esconde en su pasado un rol como comando especialmente entrenado durante la Guerra de Vietnam. Sin mayores dificultades, Minh se convierte en un émulo de Rambo dispuesto a todo con tal de empatar el partido, ejerciendo desde luego la inmemorial justicia por mano propia. La dirección de Campbell es usualmente afilada y las escenas de lucha –que no son tantas– ofrecen el repertorio clásico de movimiento jackiechanianos jugados a un tono más realista. Los movimientos intestinos del poder político, por otro lado, también son descriptos con un énfasis en la construcción de un universo verosímil: los pactos, traiciones y alianzas temporarias no forman parte de la estructura binaria héroes/villanos sino de una mucho más cercana a la realidad. Y si bien, por momentos, esa amalgama se ofrece a los ojos y los oídos como el agua y el aceite, es precisamente el contraste entre los diferentes tonos lo que le da a El implacable un brillo particular. Película definitivamente fallida pero intrigante, seguramente será recordada como una rara avis en la carrera individual de los dos protagonistas.