AL SERVICIO SECRETO DE LA VENGANZA
Debo reconocer que por Martin Campbell tengo una debilidad especial, a pesar de que lo veo como a un director prolijo pero no muy parejo en su producción. Esto es gracias a que luego de siete años sin la presencia en pantallas de uno de los héroes favoritos de siempre, el eterno James Bond, fue quien lo resucitó con Goldeneye y nada menos que con Pierce Brosnan en el protagónico, mi candidato preferido por entonces en ese 1995 que inició la nueva era de films con el agente británico. Luego, el director no siempre cumplió con mis expectativas y si bien hizo un Zorro digno, aunque estuviese Antonio Banderas detrás del antifaz, siempre lo tuve como a uno de esos directores que sabe mantener el ritmo y la atención en pantalla.
Por eso mismo vi con interés los avances de esta producción que volvió a reunirlo con Brosnan y el genial Jackie Chan en lo que prometía ser un duelo digno de ser visto, en base a una venganza. Brosnan, alejado de la heroicidad de sus personajes bondianos y Chan, también lejos de la comicidad de sus tan tiernos como payasescos héroes de acción marcial. Y parece que la idea fue tomada más en serio de lo que parecía.
El implacable comienza cuando el dueño de un pequeño restaurante, Quan Ngoc Minh (Jackie Chan), sufre la pérdida de su hija adolescente en un atentado con explosivos en pleno centro de la ciudad. Atormentado, y ante la aparente desidia de las autoridades policiales, decide acudir por respuestas al vice-ministro irlandés Liam Hennessy (Pierce Brosnan) ya que el IRA (movimiento terrorista al cual perteneció el funcionario) se adjudica inmediatamente el ataque. Hennessy está presionado por su entorno político para encontrar a los responsables y volver al proceso de pacificación, pero no puede ni quiere brindarle información a Minh. Esto provoca que el padre de la víctima le dé un ultimátum a través de una muestra de su propia medicina, una bomba casera en el baño de su despacho, exigiendo, una vez más, el nombre de los asesinos de su hija. A partir de allí, el viceministro no sólo deberá avanzar sobre sus contactos del pasado entre los cuales están sus familiares para llegar a la verdad, sino además lidiar con los ataques permanentes del gastronómico chino que, evidentemente, no era sólo un cocinero con habilidades especiales muy enojado.
El problema es que, así como este modesto hombre chino que parece impotente termina siendo algo mucho más “implacable” y peligroso, la figura del vice-ministro tampoco es tan llana y está repleta de matices. Por lo que sabe, por lo que desconoce y por lo que pretende, que no es un cúmulo de objetivos que tengan que ver con la villanía o el poder, sino con mantener un castillo de naipes que supo construir y ahora intentan derrumbarle, no sólo a nivel personal y familiar, sino a partir de su gestión política.
Campbell demuestra aquí su pericia no sólo con la acción detrás de las cámaras, sino con la generación de climas y momentos de tensión, que van surgiendo a partir de la revelación de subtramas y vínculos entre los personajes. Porque nada es simple entre amantes, afectos devotos, amistades traicioneras y familiares desleales para sumarle a un desquiciado vengador que quiere lo mismo que quien padece todas esas cosas, pero lo quiere ya.
Pensaba también en que esta es una película de crossovers. Una que explota una vez más la figura imponente de Brosnan como al hombre influyente, político, de negocios, de poder, al que viene componiendo desde que arribara a su madurez (recomiendo la miniserie The Son en la cual hace gala de esto) y lo cruza con la de un Jackie Chan atípico, capaz de hacer el despliegue acostumbrado de acción que se espera de él pero en tono sombrío, en una faceta dramática que poco vimos en la larga carrera del actor. También es un crossover entre James Bond y Jason Bourne, Bond y Rambo, o de Búsqueda implacable con House of cards, porque hay elementos de todas ellas y combinados de una manera tal que termina siendo una sorpresa. Una en la que el verdadero mal no son los villanos corporizados en personas con objetivos perversos, sino en la violencia en sí misma, como método.
Y esto se hace palpable en el tercer acto de El implacable, en el que el personaje de Chan llega a su objetivo y hace lo que mejor sabe hacer y sin que sea esta, una vez más, una película que busque centrarse en sus acrobacias. Pero también el personaje de Brosnan cierra su círculo de la manera que puede o le dejan. Sin ánimos de adelantar nada, es bueno ver cómo la historia se hace orgánica y fluye sin caer en la obviedad, algo que no sólo surge a partir del respeto por la novela original en la que se inspiró (The chinaman) sino de la buena decisión de optar por la precisión narrativa y dejando el facilismo de los finales efectistas de lado.
En resumen, El implacable no es otra película de Jackie Chan, ni otra de Brosnan, y ni siquiera una más de las más promediables del director, sino un sólido thriller político de acción con un gran casting que vale y pesa por sí mismo, haciendo honor a su nombre.