Como en La vida después, también presentada en el último BAFICI, El incendio comienza con una pareja en crisis. Es el día de la compra de su primer departamento, día de tensión, que para colmo deberá prolongarse porque la operación se pospone hasta el siguiente. El film saca partido a la situación de espera: en ese momento estallan los problemas hasta entonces soterrados, rencores y culpas mutuas, infidelidades o fantasías, broncas que los nervios hacen emerger con una violencia antes también muy poco contenida (la pareja gusta de jugar dándose bofetadas en la cara, por ejemplo). La cámara también inquieta, móvil, imprime otro toque de violencia.
Si algunos necesitaban una prueba más de que Pilar Gamboa es la gran actriz del momento –junto a otras jóvenes que como ella provienen del teatro- aquí está la confirmación. Es una actriz fenomenal, capaz de sostener una escena -y una película- por sí sola, aunque su compañero (Juan Berberini) no le sirva de ayuda, al contrario. Pero ella las salva a todas.
Suerte de thriller psicológico, en el que algunas cosas no se dicen y otras se gritan hasta el hartazgo, Juan Schnitman debuta en solitario con una sólida dirección: sabe jugar con los espacios cerrados, claustrofóbicos, con la tensión creciente, logrando un climax exasperante. Por eso resulta tan desvahída la última parte, en que esa tensión lograda se diluye en reiteraciones y excesos hasta perderse en un segundo final innecesario. Pero es bienvenido este pasaje a la madurez de un director joven, que se aparta del nadismo y el minimalismo crónico del Nuevo Cine Argentino.