Batalla conyugal que termina hartando
"Juan Lamaglia y señora", primera película de Raúl de la Torre, terminaba con una escena de violencia conyugal mientras irónicamente sonaba el vals "Tres cosas hay en la vida" (salud, dinero y amor), de Rodolfo Sciammarella. En "El incendio", opera prima de Juan Schnitman, bien podría escucharse "Ahora seremos felices", de Rafael Hernández, esa canción que dice "Yo tengo ya la casita que tanto te prometí,/ y llena de margaritas para ti, para mí./ Será un refugio de amores, será una casa ideal", etcétera. Pero la ironía no figura en la lista de méritos de esta película. Tampoco las margaritas, ni las promesas de amor.
Nunca se vio una pareja tan malhumorada en el momento de estrenar la casa propia. Quizá porque no es una casa, y tampoco es una pareja que se lleve bien. Sus abrazos parecen de boxeadores, no por cariño sino para tomar aliento antes de seguir dándose la biaba. Al comienzo nomás, el día que van a comprar el departamento, la mujer, una gataflora, amanece caracúlica y así sigue el resto de la jornada. El otro hace juego, hasta culminar en una escena de sexo por odio mutuo, que parece su modo de mantener la convivencia. En cuanto al mundo exterior, ella tampoco cambia de humor en su breve paso por el trabajo, y él es profesor de algo en un colegio, lo que permite la mejor secuencia del día: una madre que reclama a los gritos en defensa del nene, y el nene que espera al profe a la salida, con un fierro y otros dos atorrantes.
Intérpretes de mucha entrega, una directora de fotografía hábil para los planos-secuencia en espacios reducidos (Soledad Rodríguez), un director que promete, dentro de los cánones del llamado Nuevo Cine Argentino (Fuc & Bafici). Bien. Pero a los 13 minutos de empezada la pelea, viendo que por una discusión ridícula esos dos neuras dejan el auto abierto en plena calle, el espectador común dice "bah, que se maten", declara empate y a otra cosa.