Una pareja joven duerme en la cama. Viven en un pequeño departamento de la ciudad. Parece que se quieren, pero ella lo rechaza en el primer movimiento sexual de la película. Están a punto de mudarse porque están cerrando la compra de una casa. En el viaje de ida en auto a firmar el contrato la cosa se complica: al primer problema se exasperan, se gritan, se pelean. Y la cuestión es esa, el retrato de una relación donde no hay armonía ni paciencia; uno de esos amores que no podrían nunca hacernos felices porque están signados por la desconexión y el desencuentro.
Es una película de diálogo y el guion demanda muchísimo de los actores, que tienen que sostenerla en los gestos, en las caras, en los tonos de la voz. A veces la cosa funciona bien y se logra una verosimilitud interesante; otras escenas son demasiado solemnes o sobreactuadas y la energía se siente forzada. Hay algo del hermetismo dado por el guion que también es raro: es un poco mucho lo que no se dicen, le falta sutileza a la distancia. Pero la fuerza de la película está en algunas brutalidades muy bien logradas. La escena en la que él empieza a romper objetos de la casa es dolorosamente real, y el in crescendo del desborde está trabajado de forma obsesiva, con maestría. Del mismo modo, la violenta escena de sexo que protagonizan ambos en el garage de la casa de un amigo logra sintetizar los bemoles de la relación: el descontrol de dejarse llevar por un erotismo que lastima, que hace daño. Esa escena es realmente muy impresionante, sobre todo porque narra también el agotamiento, el desgano de quienes ya no pueden más, el cansancio de querer resolver y no poder, de querer comunicarse o encontrarse y no saber cómo.
¿Cómo se construye el erotismo? ¿Cómo se instala en el cuerpo? ¿De quién nos enamoramos? ¿Hay una lógica del deseo? ¿Por qué sostenemos ciertas relaciones? Esas preguntas no son nunca menores y está lleno de materiales pseudo artísticos que parecen dar respuestas, certezas, recetas para la vida. Esta película no cae en ese tipo de universalidades y se limita a construir dos personajes consistentes, ambiguos y desesperados. La tristeza, la falta de sentido, el grisáceo contexto de hipocresía y agresión se dejan ver en los personajes secundarios, en el sentido del dinero, en la necesidad de cumplir con ciertos mandatos que supuestamente garantizan una vida de logros y felicidad.
Me resultó muy terrible que terminaran juntos, que se resignaran. Es realmente difícil volver de la violencia: suelen ser procesos que requieren años, mucha reflexión y mucho trabajo, y tomar la decisión como guionista de dejar esos personajes juntos es amarga. En ese sentido, abre una puerta más interesante: ¿qué es un final feliz?
En términos de realización me impresionan los niveles técnicos a los que ha llegado el cine argentino. La construcción de los espacios, el laburo de arte con respecto a los colores, la fotografía, el montaje: se logra un dinamismo y una belleza en los encuadres, en la apuesta de cámara, que implica una mirada muy consciente en cuanto a lo técnico y un trabajo de planificación que parece exhaustivo sin necesidad de ser rimbombante o llamar la atención sobre sí mismo. No es sencillo contar dos subjetividades a la par sin que ninguna aparezca desequilibrada, aunque tal vez es cierto que se tiende a una identificación algo mayor con la chica, huella quizás de la mano femenina en el guión.