El infiltrado

Crítica de Henry Drae - Fancinema

OTRA HISTORIA FICTICIA DE NARCOS REALES

Si a algo me cuesta acostumbrarme es a ver cómo se puede degradar un género o tema en base a la saturación de la explotación con todas sus variantes. Por dar un ejemplo, podemos ver cómo en el terror la temática zombie ha llegado a versiones y formatos tan disímiles como reiterativos, lo cual sin dudas desvirtúa ese universo de muertos-vivos al punto de que pierdan el efecto con el que fueron concebidos originalmente. Lo mismo sucede con los vampiros o las sagas distópicas juveniles que proliferan tan rápido como se volatilizan, en varias oportunidades sin siquiera llegar al estreno de una segunda parte de una saga programada como muy numerosa -generalmente proveniente de una serie de novelas exitosas-. Esta vez la redundancia en el subproducto le toca a las historias de infiltrados en mafia de narcos, y más específicamente en la organización del célebre Pablo Escobar, a quien ya tuvimos oportunidad de ver en una telenovela con su nombre (Pablo Escobar, el patrón del mal), una serie (Narcos) y hasta una película en la que Benicio del Toro lo caracterizó creyendo que después de hacer del Che Guevara con cierta dignidad cualquier latino es pan comido (Escobar: paraíso perdido). En ese sentido, El infiltrado tiene puntos de contacto con esta última pero más específicamente con Donnie Brasco, aquella en la que un agente encubierto interpretado por Johnny Depp le hace pisar el palito a un mafioso encarnado por Al Pacino.

En este caso es Bryan Cranston el infiltrado del título, metiéndose en un personaje que le va como anillo al dedo: un agente encubierto que lleva una doble vida como mago de las finanzas y promete a los asociados de Escobar el lavado casi quirúrgico de su dinero con el fin de hacerlos caer. Para ello cuenta con la ayuda de la bellísima Diane Kruger haciendo de su prometida simulada; el inefable John Leguizamo como su colega/compañero y enlace con los delincuentes de más baja calaña; y un elenco de figuras como Benjamin Bratt y Olympia Dukakis que emparejan y jerarquizan a la producción, no como cuando en un reparto de ignotos aparecen Morgan Freeman o Anthony Hopkins con el mismo objetivo pero obteniendo resultados dispares.

Por suerte la figura de Escobar es casi omnisciente y no tenemos que padecer a norteamericanos nativos o de crianza ensayando un español inadmisible: la mayor parte de la acción transcurre en Estados Unidos y eso evita el bochorno del doble estándar.

Pero El infiltrado recuerda a Donnie Brasco por más de una razón, sobre todo la que marca la búsqueda de grises y códigos morales en el planteo de cualquier relación de amistad y de confianza más allá del ámbito en el que se desarrolle. La tarea del infiltrado es realmente sucia, es la del buchón que se gana la confianza de alguien para luego destapar sus miserias y exponerlo. Aunque el bien mayor sea el objetivo, no deja de ser un acto miserable. Robert Mazur (Cranston) lo sabe y por eso es sumamente cuidadoso. Preserva a su familia de su ambiente laboral y de sus “compinches”, y maneja un curioso código moral que no le permite engañar a su mujer pero sí a sus nuevos amigos, porque para él está claro que el fin justifica los medios. En todo caso será el espectador el que lo juzgue y allí quizás radique lo interesante, en que más allá de lo conseguido en pos del desbaratamiento de redes criminales, la conciencia de un hombre tendrá que convivir siempre con lo que dicte su propio código moral. Para Mazur (personaje basado enteramente en el homónimo real) por lo visto se ha convertido en una forma de vida, ya que la misma película reza que hasta hoy, y a pesar de su avanzada edad, sigue infiltrándose y escribiendo sobre sus hazañas, que quién dice no se terminen transformando en franquicia o serie, dadas las posibilidades.

De todos modos, el film no intenta apologizar, se permite describir lo sucedido y las decisiones tomadas como pueden haber sucedido y haciendo hincapié en la vida familiar de Manzur. Tampoco cae en el exceso dramático como el que viéramos en la (una vez más debo citarla) Donnie Brasco en ese duelo interpretativo explícito y exagerado entre Depp y Pacino, cuando ambos se sinceran y se hacen cargo del papel que han jugado en la historia, dejando ver, con algo de excesivo dramatismo, cómo todavía puede pesar la amistad a pesar de la traición. En El infiltrado no pasa eso: es traición pura y resquemores una vez que se revela, es parte de un trabajo como el de los actores pero insano, indigno más allá de los resultados obtenidos y el director lo deja claro con cada actitud, tanto de los delincuentes como de los agentes de incógnito cuando avanza la movida policial. Tampoco hay confusión ni dilemas morales en Mazur, sí la decisión de brindar la oportunidad, como auténtico juez en la situación límite, de dejar que sus amigos criminales decidan cómo jugar: si huyendo de la situación de acorralamiento o siendo consistentes hasta las últimas instancias de la vida que han elegido y enfrentar sus consecuencias.

No será esta la película que logre tomar distancia por excelencia del resto de las de su género pero sí se distingue como algo que se toma en serio y logra transmitirlo de esa manera. Y más allá del titánico esfuerzo que se ve en pantalla, tampoco fue Robert Mazur el que hizo caer a Escobar aunque haya contribuido a la causa, pero más allá del resultado es otro que, al igual que el Diego, puede decir que jugó infiltrado y tan mal no le fue, como al gordito.