Conocido mix de mafiosos, narcos y banqueros.
A mediados de los años 80, en plena eclosión del tráfico de cocaína colombiana en Estados Unidos, mientras seguía el hilo del cartel de Roberto Escobar la DEA dio con una red hipermillonaria de lavado de dinero, que llevó a descubrir que un banco panameño había tomado posesión ilegal del First American Bank de Washington. Con Bryan “Walter White” Cranston en el papel del agente a cargo de la investigación y un amplio elenco repartiéndose los roles de narcos, sicarios, agentes y resbalosos personajes de la banca, El infiltrado narra esa historia, echando mano de todas las películas de mafiosos, infiltrados y estafadores habidas y por haber. Es como si la propia película se infiltrara en otras para robarles, mimetizada con ellas.
Con bigotes y una “biaba” importante en el pelo (que no es parte del disfraz, sino del personaje), Cranston es Robert Mazur, agente de la DEA y padre de familia, que para cumplir con el operativo adopta la personalidad de un financista llamado Bob Musella. Por indicación de su superior (Amy Ryan, una tipa bastante jodida, no queda muy claro por qué), se le suma el agente latino Emir Abreu. Lo cual es una muy buena noticia, ya que lo interpreta el gran John Leguizamo, quien deberá servir como “facilitador” ante colombianos y panameños. Uno de estos es un narco gay que viste como Eduardo Bergara Leumann (todo de blanco, con sombrero aludo y chal) y siguiendo la línea se llega hasta los hombres de confianza del mismísimo Escobar. Por algún motivo aparece la tía de Cranston (Olimpia Dukakis) y, para introducir la posibilidad del triángulo amoroso, una falsa prometida (la rubia Diane Kruger, equivalente de la Michelle Pfeiffer de Scarface). Acá es al cuete, porque Mazur es un señor tan fiel a la patrona que ni cuando necesita ganarse la confianza de los narcos acepta los regalos sexuales que éstos le hacen, arriesgándose a que los tipos se ofendan. Cosa que no hacen porque el guion se los impide, nomás.
Desde ya que hay “préstamos” de las películas de Scorsese (no podía faltar la secuencia de montaje acelerado del conteo de billetes), un montaje alterno estilo El padrino y un largo plano secuencia también como en Scorsese. Disfraces y vestuario de época como en La gran estafa americana y algún tiroteo operístico como en Scarface. El director, Brad Furman, tiene una película previa llamada The Lincoln Lawyer (2011), que a algunos les había gustado. El guión de ésta lo escribió… su mamá, la señora Ellen Brown Furman. Debe ser un caso único.