Uno de los mayores logros de un filme como “El infiltrado” (USA, 2016) que repasa la historia de la lucha contra la droga en los Estados Unidos en los nacientes ochenta, es su tempo digresivo, que potencia la construcción de los personajes, principalmente los protagónicos, y que le lleva más de la mitad del filme para hacerlo.
Así, Brad Furman (“Apuesta Máxima”) revisita los hechos con los que el dinero de la droga llegaba desde el exterior al país y pone la mirada en un personaje particular, Robert Mazur (Bryan Cranston), un empleado de la aduana norteamericana que se metió en el mundo de la droga con el objetivo de desenmascarar la estructura que se estaba configurando y que puso en vilo a la policía local.
Mazur, según el alias que le corresponda y la tarea encomendada, es un padre de familia que sabe separar correctamente su trabajo de su vida personal, aún así cuando le sea encomendada la peligrosa misión de desentrañar la llegada de dinero a los Estados Unidos por parte de los carteles más importantes de la mafia relacionada a la droga.
Mientras su mujer (Juliet Aubrey) lo insta a que se retire, su vocación lo lleva a aceptar esa última tarea, la que, tal vez, lo ponga al vilo de su carrera, pero la que también lo haga salir de su trabajo con los más altos honores.
El filme bucea en las entrañas del armado de los casos y de cómo a partir de la intuición, Mazur, pudo llegar a las más altas esferas de la corrupción política y económica, lidiando con un compañero inescrupuloso (John Leguizamo), que en más de una oportunidad lo puso al borde de la exposición y revelación, pero también con los conflictos internos para que él pueda avanzar en el caso.
Sólo, a la deriva, poniendo su vida en juego, Mazur supo construirse un halo que le permitió avanzar y poner en evidencia a las más altas esferas de la droga, la que a partir de la incorporación en el juego de actores como el Banco de Crédito y Comercio Internacional, con sede en Latinoamerica, pero con presencia en todo el mundo, llevó el caso que encabezaba a lugares insospechados.
La mentira como herramienta de escape, la fachada que cada vez va sumando más gente para poder hacerla creíble, varios peces gordos en juego, son sólo algunos de los puntos que el guión de Ellen Brown Furman, basada en el libro del mismo nombre del filme del Robert Mazur real, explora.
El juego visual de Brad Furman, además, toma puntos importantes del guión y los enfatiza con la utilización de ralentíes, detalles, flash and forwards, los que, no sólo potencian la historia, que aún a pesar de haber sido narrada desde otros puntos ya en varias oportunidades, encuentra su propio rumbo y matiz, sino que, principalmente, la distinguen del resto.
La soberbia interpretación de Cranston, un camaleón, como así también una serie de interpretaciones secundarias (Olimpia Dukakis, Benjamin Bratt, John Leguizamo, Diane Kruguer), y la precisa reconstrucción de época, hacen de “El Infiltrado” una de las gratas sorpresas que este año el cine nos ha brindado.