Papá coraje
Lo venimos diciendo desde hace tiempo: Dwayne “The Rock” Johnson es un actor que crece a pasos agigantados. En pocos años, el protagonista de El Rey Escorpión ganó notablemente en carisma y versatilidad, por eso se lo puede ver ejecutando cada vez con más comodidad el papel de héroe de acción y de aventuras pero también otros roles distintos como el de monigote-querible-de-película-para-toda-la-familia (Hada por accidente), parodia hilarante de sí mismo (Policías de repuesto) o ahora padre atribulado que debe rescatar a su hijo sin disparar una sola bala, lanzar un golpe o realizar proeza física alguna. Esa es más o menos la prueba de fuego que representa El infiltrado: la humanidad muscular de The Rock debe ajustarse a los rigores del drama cinematográfico. El desafío es quedarse quieto en un solo lugar en vez de recorrer el mundo repartiendo piñas y misiles, y el actor lo supera sin traicionar su estilo: el cuerpazo bestial de La Roca se acomoda en el plano hasta convertirse en un elemento central del drama; sus hombros, que en un primer plano asemejan un paisaje interminable que se extiende a lo ancho del encuadre, transmiten toda la angustia y la derrota del padre que ve cómo su hijo mimado vive un infierno en la cárcel. Si en el cine de acción el cuerpo es indestructible y a prueba de explosiones, aquí el género demanda que sufra, que exprese el dolor por el que atraviesa John. Como buen drama físico que es, El infiltrado se toma el trabajo de inscribir el cansancio y la ansiedad directamente en la carne, en la cara y la postura de los protagonistas, incluso en aquellos que son ajenos al problema de la familia como el del agente de narcóticos Cooper, que con apenas un par de gestos de los ojos y con su mirada displicente deja imaginar las largas horas de vigilancia, café y mal dormir (increíble actuación de Barry Pepper). Cada vez que Jonh visita la cárcel su hijo exhibe los signos en aumento de vaya a saber qué brutalidades y vejaciones; el pico de la tragedia llega cuando, con Jason al borde de la muerte y su familia perseguida por los narcotraficantes, a Dwayne Johnson, a La Roca, se le llenan los ojos de agua. El prodigio consiste en que que el líquido que nubla su mirada no se derrama, como si el gesto último del duro de acción fuera emocionarse pero contener las lágrimas, que estas no lleguen a rodar por la cara. El efecto es devastador: nadie puede contener el llano si el padre-héroe-amigo La Roca se quiebra, no somos tan fuerte como él. El actor hace una impensada incursión en el territorio del drama y consigue sostener la película con apenas una escena de acción sobre el final. El resto del tiempo, Dwayne Johnson es solo un hombre común que debe internarse en el submundo del narcotráfico como puede, aunque eso le cueste más de una golpiza y sea utilizado vilmente por una jueza para desbaratar un cártel de drogas.
Por algún motivo desconocido, las mujeres de El infiltrado actúan todas mal, incluso Susan Sarandon exagera su papel de jueza cuasi-villana manipuladora (arriesgo una hipótesis ridícula: antes que director, Ric Roman Waugh fue doble de acción, una profesión en líneas generales poco femenina). Johnson consigue hacer su papel creíble y el guión construye a su personaje sabiamente a través de detalles pequeños pero precisos: por ejemplo, cuando John decide averiguar algo sobre narcotráfico, empieza googleando la palabra y leyendo una entrada en Wikipedia sobre “drug cartel”. Ese momento es verosímil y emotivo a la vez: este tipo está tan perdido y desesperado a la vez que se dispone a ingresar a un mundo del que no conoce absolutamente nada. La película gana en intensidad cuando entra el personaje de Daniel, un ex convicto que intenta rehacer su vida y que lleva consigo los tics y los códigos del presidiario acechado por su pasado. Sin embargo, algo lo hermana con el empresario de buen pasar que hace Dwayne Johnson y es que los dos tratan de educar a sus hijos en los deberes de la ética en medio de un entorno hostil y corrupto.
El final quizás sea uno de los más desesperanzadores en mucho tiempo. Un padre con una herida de bala y en muletas abraza como puede a su hijo (ahora libre) que camina, mira y se mueve como un sobreviviente de alguna tragedia, como alguien irremediablemente roto; la reunión familiar es breve, hay que partir hacia un escondite proporcionado por un programa de protección de testigos porque el cártel no va a cejar en perseguir a John y su familia. La victoria, si es que la hay, es pírrica; el último plano de la película muestra desde un lugar cerrado cómo se aleja la camioneta en la que viaja la familia: no hay un paisaje, un espacio abierto, una ruta por delante, ni siquiera demasiada luz solar; solo un vehículo que se escabulle en silencio por el plano. El drama como género podrá definirse de muchas maneras, pero si acordamos que su esencia se cifra especialmente en que siempre hay un costo, un gasto (de energía, del cuerpo, de vida) irreparable, entonces El infiltrado es uno de los mejores y más terribles dramas del año.