Cuando The Rock conoció a Susan Sarandon.
Podrán salvar el día de criminales, ataques terroristas o invasiones militares, pero las estrellas de acción no suelen salir de la zona de confort cuando están fuera de la pantalla. Claro, siempre habrá gente como Jason Statham o Sylvester Stallone, mezclando el golpe y la patada con el ocasional proyecto fuera de género. Pero, por su mayor parte, los héroes no escapan de su área establecida. De todas formas, eso no impide que gente como Dwayne Johnson busque ampliar sus habilidades, en estrenos como El infiltrado (Snitch, 2013), un drama con tintes de thriller que se queda corto a la hora de desarrollar su planteo inicial.
La historia “basada en hechos reales” (esa etiqueta en la que ya no se puede confiar) nos presenta a John (Johnson), un dueño de una compañía de construcción, que descubre que su distante hijo fue atrapado con una gran cantidad de éxtasis, lo que lo hace merecedor a una condena de por lo menos 10 años en prisión. Sin embargo, el joven no es un dealer, sino que fue engañado por un amigo arrestado que quiso reducir su sentencia. Tras negociar con la fiscal distrital (Susan Sarandon), el padre entiende que la única opción para acortar los años de cárcel de su muchacho es entregar él mismo la cabeza de un gran capo de los narcóticos. Presionado por el daño sufrido por su chico tras las rejas y por la culpa propia, John se mete en el inframundo criminal, arriesgando su vida al hacerse pasar por un transportador que busca tratos en ambos lados de la frontera entre Estados Unidos y México.
Con esta base, uno se inclinaría a pensar que se va a establecer un film que analice el lado humano detrás de las inconsistencias de la Guerra contra las Drogas. Pero en las manos del doble de riesgos vuelto director Ric Roman Waugh y el guionista Justin Haythe (El llanero solitario, Sólo un sueño), el tema es pura superficie, una mera excusa para el melodrama. Los pocos indicios de temas a desarrollar (el aprovechamiento político, la contradicción de la culpabilidad) son voces débiles, escondidas por el foco a los estereotipos de familias americanas separadas en busca de esperanza y oscuros criminales de carteles y barrios de clase baja., y ahogadas para la hora del forzado clímax, única muestra real de la acción que prometen falsamente los adelantos publicitarios.
Estas condiciones no son las mejores para probar un nuevo terreno, pero, en algunas instancias, Johnson tiene éxito. A esta altura, el carisma es su marca registrada (como ya se vió antes este año en G.I. Joe: El contraataque y Rápidos y furiosos 6), y su presencia ayuda a levantar algunos baches del libreto, aunque también salen problemas de esto: durante las escenas íntimas, uno no puede ver al padre típico de clase media que busca el argumento, sino al ex-luchador con appeal masivo que se atrajo por las salas. Se nota más al observar el elenco secundario, que lo ayuda casi tanto como lo opaca, pasando de Sarandon a Michael K. Williams y Jon Bernthal (conocidos por sus trabajos en The Wire y The Walking Dead, respectivamente), quienes se lucen a pesar de lo estereotípico de sus personajes.
Pero, fuera de la buena labor de sus actores, hay poco que separe a El infiltrado de esas producciones hechas directamente para canales de cable. Así, la inacción de esta pequeña historia termina creando la droga menos deseada para una película: el somnífero.