Edificios gubernamentales, fracs oscuros, música de thriller noble y palaciego: El informante tiene a las altas oficinas del FBI en Washington (EE.UU.) como escenario de las instancias cruciales en la vida de Mark Felt, mejor conocido como “Garganta Profunda”, el soplón que desató el escándalo Watergate y obligó a la dimisión del presidente Richard Nixon en 1974. No hay mayores detalles del entramado del caso en el filme de Peter Landesman, que se concentra en la figura canosa y desgarbada de Felt (Liam Neeson), agente del FBI que reconoció su rol recién en 2005, poco antes de morir. Su condición de informante desde dentro del sistema lo hace especial, y así la cinta se tensa con efectividad a medida que Felt emprende su cruzada solitaria contra el gran aparato para el que fue fiel.
Si hay alguna razón menos loable que el altruismo institucional para justificar su traición, eso sólo se sugiere al comienzo: el súbito deceso del escandaloso cabecilla del FBI Edgar Hoover deja al número dos Felt como el candidato ideal para sucederlo, pero el designado es el domesticado Patrick Gray (Marton Csokas), puesto ahí para cubrir las espaldas de Nixon. Las consecuencias se hacen sentir en casa: la esposa de Felt (Diane Lane) se queja de 30 años invertidos en nada. Lejos de lamerse las heridas, Felt clava el puñal donde más duele, revelándole a la prensa los pormenores de los tejemanejes presidenciales. Su integridad y jerarquía (se dice de él que es “competente, confiable, leal”) lo salvan de la sospecha, pero aun así es apretado y arrinconado.
Más allá de posibles vendettas, la motivación explicitada por Felt para su proeza de cabina telefónica es el típico discurso anticorrupción: en sus palabras, “la confusión es control” y la verdad la única solución social. Pero el accionar del funcionario es contradictorio, en tanto se autoadjudica su misión moral tras oficiar de mano derecha del mismísimo Hoover, lo que supone que el héroe no lo sea tanto después de todo (ambigüedad que se intuye en un posterior juicio a Felt por allanamientos ilegales). Esa turbiedad explica el cromatismo opaco y tono amargo del filme, ajeno a la épica fácil, aunque la incipiente ambivalencia no hecha raíces: El informante es demasiado lineal, predecible y unidimensional como para que un complejo y auténtico “Garganta Profunda” se filtre en pantalla.