No hace falta ser un analista de política internacional para saber que Oriente Medio es un polvorín y la mínima chispa puede hacer volar todo por los aires. En ese lugar común se apoya El insulto: un nimio incidente callejero deriva en un juicio que termina poniendo al Líbano al borde de una nueva guerra civil.
Regando las plantas, un cristiano libanés moja a un palestino musulmán, que lo llama “idiota”. Esto va armando una bola de nieve que termina en los Tribunales: estos dos sujetos personifican a dos de los bandos enfrentados en el conflicto bélico que desangró al Líbano durante décadas. Su pequeño drama individual es una excusa para revisar la gran tragedia colectiva.
Así, las divisiones políticas libanesas, las atrocidades de la guerra civil y, en particular, la masacre de Damour (cometida por una facción palestina en 1975) son puestas en escena en un juicio de aires hollywoodenses. Un parentesco que no es casual -el director Ziad Doueiri hizo parte de su carrera allí-, y que se acentúa con ciertos giros efectistas e innecesarios del guión, que no impidieron -tal vez incluso ayudaron- que El insulto compitiera en los Oscar en la categoría mejor película de habla no inglesa.
Es frecuente que el cine que últimamente llega de Oriente Medio plantee fascinantes dilemas morales: Asgar Farhadi es uno de los principales exponentes de esta tendencia. Pero aquí ese dilema no es tal: en ningún momento caben dudas de que la razón está del lado del palestino. A todas luces, el cristiano pone en riesgo a su familia por un capricho.
Entonces, la supuesta complejidad de la trama se desvanece. Queda demasiado en evidencia que toda la narración existe con el único objetivo de dejar una moraleja: hay heridas que nunca cicatrizan y la reconciliación es una pretensión peregrina mientras no haya justicia.