La más reciente producción de Ziad Doueiri, cineasta de origen libanés radicado en Francia, se centra en las derivaciones sociales de un enfrentamiento entre dos habitantes de Beirut: por un lado se encuentra Tony (Adel Karam), un libanés cristiano seguidor de un líder político y religioso extremista y por el otro, Yasser (Kamel El Basha), un refugiado palestino que trabaja como capataz de construcción. Después de negarse a aceptar la reparación del desagüe ilegal de su balcón, Tony es insultado por Yasser, lo que funciona como detonante de un drama judicial clásico en el que se exponen los argumentos de las partes en conflicto. Pero el desarrollo de la trama evidencia heridas y rencores que exceden la disputa personal (Tony muestra sin disimulo su desprecio por los palestinos y Yasser lo golpea, fracturándole dos costillas), haciendo que el enfrentamiento movilice a una sociedad dividida que convierte al litigio en una cuestión nacional, donde entran en juego la religión, la política y la historia reciente del país.
El filme pone de relieve las secuelas aún visibles de una guerra civil que tuvo lugar entre 1975 y 1990 y enfrentó a musulmanes contra cristianos, sumado a la intervención militar de Israel, complicando aún más el panorama, en un hecho cuyo comienzo el realizador vivió en primera persona y ya había retratado en su ópera prima West Beirut. Pero alejándose de una posición ideológica partidaria, el director explora el terreno de la pugna por una verdad que a la luz de los acontecimientos resulta, si no inalcanzable, difusa. A pesar de contar con algunos pasajes sobre-explicativos que rozan lo didáctico, el filme se sostiene por un sólido guion que hace de los diálogos el motor de un drama potente por sus implicaciones morales, el cual adquiere mayor sofisticación cuando se aleja del ámbito legal para inmiscuirse en la psicología de los protagonistas y las consecuencias del caso en su vida privada.
Es gracias a un notable trabajo de fotografía, en especial en cuanto a la correlación entre la posición de cámara y el estado psicológico de los personajes (Doueiri trabajó como asistente de cámara en varias películas de Tarantino) que el realizador nos transporta al centro de una disputa que, como espectadores, nunca sabemos hacia donde puede derivar. Lo inquietante y paradójico del filme es que a medida que los personajes comienzan a dudar de sus prejuicios religiosos y sociales, más extremas se vuelven las posturas del entorno, que encuentra en el caso la justificación y reafirmación de sus creencias políticas, sumándole a la narración una dosis interesante de realismo y suspenso. Sin embargo, sobre el final del relato, el filme se vuelve incapaz de encauzar el drama hacia una conclusión lógica y orgánica, priorizando dejar una imagen de alivio y conciliación que se percibe artificial y busca caer bien en el espectador.