Estrenada en la última edición del Festival de Berlín y elegida por Eslovaquia para la competencia inicial por el Oscar destinado a la mejor película de habla no inglesa, El intérprete narra el incómodo encuentro entre dos disímiles personajes con una angustiante historia común: uno es hijo de un matrimonio de judíos asesinados por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial y el otro, de un despiadado oficial austríaco de las SS que, justamente, estuvo involucrado en ese crimen.
Planteado como una road movie que intenta combinar la gravedad de todo el asunto con la aparición intermitente de pasajes de cierta ligereza, el film termina sufriendo notoriamente el peso de una solemnidad que una banda sonora densa, insistente y melodramática agiganta sin descanso.
Sus mayores fortalezas se apoyan, sin dudas, en las interpretaciones -sobre todo en la de Peter Simonischek, veterano actor austríaco conocido internacionalmente por su muy buena performance en la excepcional Toni Erdmann, película de la alemana Maren Ade- y en la manifestación expresa de las fricciones naturales entre los dos veteranos protagonistas, una prueba contundente, y quizás hasta un poco involuntaria, de la banalidad de ese razonamiento tan extendido que postula que el paso del tiempo suele curar las heridas.