Una curiosa película que indaga si es posible una relación entre dos hijos de la guerra, uno cuyo padre fue un alto oficial nazi y otro cuyos padres fueron asesinados por ese jerarca. Una situación puntual los confronta y luego, caprichosamente terminan juntos en un viaje de averiguación, de autoconocimiento, de verdades ocultas y reveladas. El realizador Martín Sulik, también guionista junto a Marek Lescák, en esta producción de capitales de Eslovaquia, Checoslovaquia y Austria, contó con dos grandes actores, Jiri Menzel (quien fuera director de “Trenes rigurosamente vigilados”) y Peter Simonischek (“Toni Erdmann”). El film pretende un delicado equilibrio entre los temas morales y las heridas que dejo el nazismo, el colaboracionismo, las culpas y la necesidad de justicia tan vivas muchos años después, y la necesidad de vivir a pesar de todo. Por un lado contrastan los personajes, el hijo del nazi, con un buen pasar, disfruta de los placeres de la vida. El intérprete es un hombre solitario, que amasó un propósito de venganza y que se encierra en sus costumbres rígidas. Lo que descubren ambos es una realidad que se comprueba todavía está impune: la colaboración local de civiles muchas veces feroz, que actuaban por interés porque se quedaban con los bienes de sus víctimas. Y los nazis que nunca se arrepintieron como el padre de uno de los protagonistas. Pero el paso del tiempo los protege. El compañerismo imposible se logra. Con un ritmo un poco lento, esa mezcla de situaciones triviales con verdades desgarradores esta bastante bien realizada aunque un giro final es definitivamente un paso en falso. Sin embargo la calidad del film no puede ponerse en duda por ese desliz.