El intérprete

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

Ali Ungar llega a Viena con un propósito, matar a un ex oficial de las SS que asesinó a sus padres durante la guerra en Eslovaquia. Traductor de ya 80 años, un material literario del militar le revela la verdad. Pero la persona que abre la puerta de la casa de Gruber le dice cáusticamente que el hombre murió y que sus víctimas fueron cientos.
Ungar sabrá después que quien le abrió la puerta es el hijo del ex oficial nazi, un profesor retirado que no lo conoció demasiado. La llegada del profesor a Bratislava y la invitación que hace al traductor para recorrer lugares de Eslovaquia en los que actuó el militar llaman la atención de Ungar, que es contratado como intérprete en ese extraño viaje a lo desconocido.
Lo que se inicia como una decepción ante la imposibilidad de venganza, se convierte, ante una propuesta un tanto inverosímil, en una road movie donde se juntan dos personalidades antagónicas, pero que confluyen en un sufrimiento común. Aunque Georg disimule con su exaltación por la vida y las mujeres la angustia que oculta, la memoria doliente de hijos de víctimas y victimario tienen una raíz común.

DESPAREJO DESARROLLO
"El intérprete" se convierte, luego de los primeros minutos, en una historia que se desarrolla, en su primera parte, en una línea convencional, donde se apela al humor para contrarrestar el drama latente. La poca fuerza del guion impide una necesaria profundización y la aparición de las masajistas en la ruta o la solitaria señorita del hotel son lugares comunes que derivan la intriga hacia lugares ya conocidos.
La segunda parte se compromete más y enfrenta figuras que vivieron parte del pasado en Eslovaquia oficiando de testigos, a los que el dolor y el tiempo los obliga a rodearse de un conveniente silencio. La estupenda actuación de los protagonistas Robert Simonischek ("Toni Erdmann") y Jiri Menzel, y el director checo de brillante trayectoria (premiado con el Oscar por "Trenes rigurosamente vigilados") salvan la película, que amenaza con desbarrancarse con un recurso casi guiñolesco poco antes del final.