El pasado que está entre nosotros
El intérprete (The interpreter, 2018) es una película que regresa sobre un “fantasma” de la Segunda Guerra Mundial, una herida incurable en aquellos países de Europa Central que sufrieron los embates del nazismo. Bajo una mirada particular, el film relata una historia que mezcla el drama y tintes de comedia negra -para enternecer y a la vez dar un impacto humanista- sobre la búsqueda de la verdad en un viaje al pasado más oscuro, donde el mal nunca se termina.
Ali Ungár (Jiri Menzel), de origen eslovaco, es un intérprete de 80 años. Viudo hace más de 10 años, está en el ocaso de su vida. Pero busca vengarse, porque a partir de la traducción de un libro escrito por un ex oficial de la SS que estuvo en Eslovaquia durante la Segunda Guerra Mundial, ha descubierto que éste mandó a ejecutar a sus padres. Como habla alemán, Ali viaja a visitarlo con el fin de matarlo, sin embargo, al llegar se encuentra con que ya había muerto. Lo recibe el hijo, Georg (Peter Simonischek), un maestro jubilado de 70 años, que puede brindarle información sobre dónde fueron enterrados sus padres. Al mismo tiempo, Georg encuentra en Ali, alguien que puede llevarlo a Eslovaquia para saber sobre las actividades de su padre durante la Guerra. Entonces hacen un acuerdo: será su intérprete y emprenderán un viaje en busca del pasado, se meterán en el centro mismo del horror, en el relato a través de cartas y sobrevivientes sobre un hombre que mató a cientos de personas y que, detrás de su uniforme nazi, también era un ser humano.
Sin duda que el personaje de Ali, siempre acompañado por un leit-motiv musical que lo sigue todo el tiempo y que luego se convierte en la bandera de todo el relato, logra que uno quede envuelto en todo este drama. Después Georg con su estilo más bruto y sin algún desasosiego aparente, le da el toque necesario para que se conviertan en un buen dueto. La película así se llena de emoción incluso, cuando lo hace desde una alegría mostrada con gran melancolía.
La idea del pasado está en todo el relato y es lo más interesante. Desde el inicio, está la parte humanista de los octogenarios que suelen obsesionarse con las reminiscencias y no quieren llegar a la muerte sin dar un vistazo hacia atrás, y menos con aquello que nunca se debeló. Aquí es el impulso para ambos personajes, pero también están movidos por la voz de un muerto. La alusión a la figura literaria del “fantasma” que guía, hace que la película sea aún más atractiva.
Con un final de impacto, El intérprete se divide en dos partes: Una inicial que es una suerte de comedia al estilo de los Hermanos Coen y a lo Jim Jarmusch, por su simplicidad para evocar el drama, mientras que la segunda ya es el drama en sí. Lo más áspero y denso con los testimonios de los sobrevivientes. Pero sin duda estamos rozando Apocalypse Now (1979), salvando las diferencias, aunque se entenderá por su desenlace el porqué de citar la película de Francis Ford Coppola. No obstante, aquí también hay un coronel Kurtz del cual solo se sabe noticias, se tienen fotos y testimonios, y la duda entre un ser humano común y un ser malvado.
El final es lo más fuerte de todo. Una vuelta de tuerca que da a todo un matiz adicional. Sin buscar grandezas ni grandes pretextos épicos, termina con la misma naturalidad con la que empieza, tal vez si languidece un poco, pero deja pensamientos y sensaciones necesarias. Como abrir la puerta para ver lo que hay detrás y, aunque nos resistimos para no ver el horror del otro lado, sabemos que el monstruo está ahí, expectante.