Iván Drago y el Juego Filosofal
El inventor de juegos (The Games Maker, 2014) luce un historial de producción rarísimo. Es una película basada en la novela del argentino Pablo De Santis, dirigida por el argentino Juan Pablo Buscarini – realizador de las pelis de animación El ratón Pérez (2006) y El arca (2007) – y rodada íntegramente en Argentina, que encabeza una coproducción internacional junto a Canadá e Italia. Por otro lado, la mayor parte del elenco es norteamericano o europeo, y el diálogo es totalmente en inglés (aunque aparentemente se doblará al español para el estreno comercial).
Vale aclarar la naturaleza heterogénea de la película. El inventor de juegos no viene ni se dirige a ningún lugar en particular. Existe en el plano del realismo mágico completamente divorciado de la noción del tiempo y el espacio, como las películas de Jean-Pierre Jeunet o Wes Anderson, aunque por más estilizada que sea El inventor de juegos carece de una impronta autoral así de fuerte.
El protagonista es Iván Drago (no confundir con el malo de Rocky IV), un niñito de 10 años amante de los juegos de mesa que decide entrar en un torneo por correspondencia para convertirse en el inventor de juegos por excelencia. Su victoria es efímera, ya que queda huérfano al desaparecer sus padres en un accidente en globo aerostático, y termina en un miserable internado que lleva cien años hundiéndose en un pantano, aunque según el director es “por la acumulación del conocimiento”.
Así empieza lo que es, esencialmente, un recorrido por las típicas utopías del imaginario infantil: el internado misterioso (Hogwarts), la fábrica fantástica (estilo Willy Wonka), etc. El Voldemort-Willy Wonka de la historia es Morodian (Joseph Fiennes), quien aguarda hacia el final pero cuya presencia kurtziana domina toda la película. Del lado de Iván (David Mazouz) se encuentra su abuelito Nicolás (Ed Asner), cuyas sabios consejos siempre giran en torno a los juegos de mesa y suelen retumbar en la banda sonora en momentos de crisis.
El film cuenta con un diseño de producción y una dirección artística y fotográfica envidiable, y dan vida eficazmente al mundo imaginario de Zyl. El montaje es otra historia. Los personajes hablan demasiado rápido y sus líneas no se dejan espacio entre sí, casi superponiéndose. Tampoco ayuda que no haya un solo momento de distensión a lo largo del desarrollo de la trama. Cada personaje que se cruza con Iván está apurado por contarle algo acerca de su familia o de Morodian, y debe hacerlo con la mayor sensación de urgencia y vaguedad posibles.
La película termina explicando mucho más de lo que muestra. No hay momentos de alegría, tristeza, miedo o ternura, sólo curiosidad ante las llamativas peripecias del joven protagonista. El inventor de juegos se apropia de la magia de Disney para contar la misma historia con contenidos levemente variados, pero la magia nunca toma vuelo del todo.