Un juego peligroso
Ante todo, El inventor de juegos no puede dejar de verse como un estreno extraño para nuestras tierras. Más allá de lo que uno profundice al interpretar virtudes e irregularidades del film de Juan Pablo Buscarini, el hecho de que se hable en inglés, con locaciones que son íntegramente de nuestro país, un elenco cosmopolita que combina figuras reconocibles del cine nacional como Alejandro Awada o del ámbito hollywoodense, como Joseph Fiennes (hermano del enorme Ralph Fiennes), junto a actores europeos, basándose en una obra literaria de Pablo de Santis, lo hace al menos llamativo y, por qué no, saludable. Este cine de entretenimientos que ha sido rara vez producido en nuestro país demuestra, positivamente, la continuidad de tendencias que buscan garantizar calidad en torno al cine masivo desde fórmulas fácilmente reconocibles. Con El inventor de juegos tenemos una película que logra enganchar más allá de las falencias que se pueden advertir en sus 111 minutos, dando un resultado irregular que tiene un gran comienzo pero que va volviéndose más inconsistente hacia el desenlace, dejando un gusto agridulce más allá de sus méritos.
Nuestro protagonista es Iván Dragó (David Mazouz, el mismo de la cancelada serie Touch), un muchacho introvertido apasionado por los juegos de mesa, que sin embargo se encuentra en un hogar donde esa afición no esta tan bien vista. Su madre (Valentina Lodovini) intenta protegerlo al ver su enorme capacidad creativa e imaginación para crear juegos, pero procura mantener el secreto para que su padre (Tom Cavanagh) no se entere. Debido a su talento decide participar en un ostentoso concurso por idear el mejor juego, donde demostrará ser un genio en el campo lúdico. Sin embargo, ganar la competencia le terminará generando más problemas. El enigmático premio apenas le sirve para algo y su padre se enfadará con él, mostrando una faceta de su pasado que lo llevará a buscar desesperadamente la tierra de los juegos, Zyl, donde reside otro creador de juegos de la familia, su abuelo Nicholas Drago (Edward Asner). Pero la tragedia golpeará su vida tras un viaje en globo de sus padres que los tendrá desaparecidos o presuntamente muertos (un elemento clásico de las coming of age), llevándolo a la soledad de un oscuro colegio al que es admitido como huérfano.
Esta introducción, que sorprende por su solvencia narrativa y su capacidad de síntesis con un ritmo admirable, es el pasaje más logrado de la película y donde mejor se delinea el personaje de Iván. También es donde mejor se ven las virtudes estéticas de Buscarini: la expresiva fotografía, las secuencias de animación intercaladas, planos cerrados que definen inteligentemente lo que sucede y la elegante puesta en escena, son algunos de los rasgos que nos llevan a comprender que estamos ante alguien que conoce el género a la perfección. De hecho, salvo en la utilización de algunos efectos especiales sobre el final (mucho que ver tiene el croma), la creación del mundo fantástico que envuelve la historia resulta creíble y contiene en locaciones como el colegio o Zyl una dirección que transmite perfectamente las sensaciones que produce el lugar.
Las irregularidades comienzan a advertirse en el desarrollo de algunas secuencias de peso dramático que, sin embargo, pasan prácticamente inadvertidas. Lo mismo sucede con el antagonista interpretado por Joseph Fiennes: si bien la caracterización y sus motivos son claros, lo cierto es que la riqueza del personaje se pierde rápidamente en el guión. En particular el detalle de su filosofía en torno al juego, que lo oponen a Nicholas e Iván, y aparece referenciado en algunas secuencias del colegio o flashbacks, pero que hacia el final no es retomado como un elemento climático del desenlace. Esto le quita peso al enfrentamiento, que cargaba con la expectativa que se genera a lo largo de todo el film. Lo mismo sucede en menor medida con la mística en torno al personaje de Gabler (Alejandro Awada), que se torna en un instrumento narrativo que se pierde rápidamente en el dramático final. Por otro lado, las secuencias finales de acción resultan más desprolijas y confusas, no sólo por los mencionados efectos sino también por la forma en que se desarrolla la acción en torno al globo.
Finalmente, y a pesar de sus falencias, El inventor de juegos es una rareza irregular que en sus ocasionales tonos oscuros encuentra rasgos de originalidad que poco se han visto en el cine nacional para niños, demostrando que es posible generar un producto solvente e inteligente sin subestimar al público que apunta.