Una rareza con resultados para celebrar
No son usuales los proyectos como El inventor de juegos en la industria cinematográfica local. Que se trata de una película dirigida al público infantil y preadolescente basada en un libro de Pablo De Santis, uno de los autores más prolíficos y multifacéticos de su generación –su obra incluye novelas policiales, libros para chicos y adolescentes e historieta–, es lo menos llamativo. Lo que provoca sorpresa es que se trata de una coproducción de presupuesto millonario, rodada íntegramente en el país, con un elenco encabezado por una estrella menor del firmamento hollywoodense como Joseph Fiennes, casi una decena de actores estadounidenses y europeos, y un amplio reparto local que incluye a Alejandro Awada y Vando Villamil a cargo de roles importantes. Y sobre todo impacta la decisión de rodarla en idioma inglés, una elección que deja bien claro que se trata de una película pensada no sólo como una obra, sino también como un producto destinado a comercializarse en el mercado global.
Teniendo en cuenta que, según informan sus responsables, el 70 por ciento del copyright del film pertenece a la Argentina, se trata de una muestra interesante de lo que el cine puede ser cuando se lo piensa como una industria cultural. Esto por supuesto no es una diatriba en contra de las películas realizadas atendiendo antes a los fines artísticos que a los comerciales. Pero pensar seriamente al cine como un mercado es uno de los puntos débiles de la industria cinematográfica local y esta película marca un camino posible. Por otra parte, todo lo anterior no serviría de mucho si el producto que se intenta vender fuera malo, a pesar de todo lo que se ha invertido. Pero felizmente no es el caso de El inventor de juegos.
En primer lugar porque realiza una operación que usualmente suelen eludir las películas infantiles en la Argentina: no subestima a su público. El inventor de juegos da cuenta del complejo origen de un juego de mesa que, en la imaginaria realidad que el film propone, es el más popular del mundo. El juego se llama “La vida de Iván Drago” y debe aclararse, para quienes hayan formado su cinefilia en los años ‘80, que no tiene nada que ver con la máquina soviética que enfrentaba Rocky Balboa en Rocky IV. Este Iván Drago es un chico de barrio al que no le interesa casi nada, pero que a partir del anuncio en una vieja revista de historietas se mete en un concurso para inventores de juegos de mesa que será la puerta de entrada a una vida que desconoce por completo. Es cierto que la película abusa de la voz narradora, herramienta que permite compactar una cantidad de información pero que también provoca que el desarrollo de las situaciones sea por momentos algo abrupta. Pero Buscarini es eficiente en la tarea de diseñar una realidad fantástica convincente, en la que el niño protagonista debe enfrentar un mundo adulto muy poco dispuesto a contemplar de manera comprensiva esa anomalía llamada infancia. Y cumple con el objetivo de ser fiel a los principales nodos de la obra infantil de De Santis, un mérito nada menor.