No es sencillo hacer una “para toda la familia”, como le dicen. Debe ser por eso que, fuera del cine de animación, encontrar propuestas atractivas en este apartado se vuelve cada vez más complicado. ¿Será que la tentación del exceso está a la vuelta de la esquina? Aquí el diseño de producción tiene el espíritu y la empalagosidad de la fábrica de chocolate de Willy Wonka que llevó al cine Tim Burton. A la vez, el protagonista David Mazouz (Ivan, el ‘inventor’ del título) tiene la predisposición a la sorpresa que caracterizó a Freddie Highmore en su comienzos y, en un film en el que los problemas no son actorales, desde su labor hasta el torpe y malévolo Morodian de Joseph Fiennes, todos comprendieron el tono del relato: una aventura fantástica donde el valor y la motivación, la voluntad para seguir, son fundamentales. Esto se transmite en las expresiones de un elenco que –si les digo que esto puede percibirse en un doblaje, es porque es cierto- se puso la camiseta.
“El inventor de juegos” es una fantasía sobre un niño que debe recuperar su verdadero lugar en el mundo. Un mundo que aparece distinto al que conocemos y que teje conflictos y dilemas que desconocen su profundidad o, mejor dicho, que la conocen pero la niegan. Hay muchos escenarios y personajes, buenos y malos, que deberían interactuar con el protagonista para enriquecer su viaje pero lo tratan condescendientemente, con frases hechas, lavadas y sin compromiso. Los más jóvenes (especialmente Megan Charpentier –ya nos había volado la cabeza en “Mamá”-, cuyas escenas con Mazouz están entre lo más disfrutable del film) se salvan de esta falla.
Por su parte Buscarini, más preocupado por armar el “gran rompecabezas” (la película podría –y quiere- ser leída como un súper juego de mesa, pero no le otorga a dichos juegos la atención suficiente como para reforzar esta idea), descuida el detalle de lo que se encuentra detrás de toda gran aventura: un aprendizaje. La historia avanza sin problemas pero a costa de abandonar personajes a mitad de camino (la simpatiquísima y amigable dupla que conoce al llegar a Zyl, capital de la invención de juegos; de los padres vemos poco y nada), ciertas arbitrariedades temporales y geográficas que no sé si la fantasía llega a justificar del todo (la inexplicable visita de Ivan al laberinto y la llegada de la combi que lo llevará a su destino), conflictos y subtramas esquemáticas (la infancia de Morodian, el personaje de Alejandro Awada) que no hacen ancla en ningún lugar y dan como resultado un producto sin centro, sin brújula. Y eso que fui con mis primitos, por lo que esperaba que el ‘factor contagio’ activara algún filtro. Lo cierto es que “El inventor de juegos” será una película difícil de rememorar o reconstruir desde la sonrisa.