Lo nuevo y lo viejo
Algo saludable está pasando en el cine argentino actual: desde la provincia de Córdoba está surgiendo una producción con realizadores que gritan a los cuatro vientos que hay otras historias para contar, con otra gente, con otro espíritu. El reciente estreno de De caravana es una demostración de que eso es algo más que una intención, es algo tangible, que se puede comprobar y que tiene vida, especialmente eso. En este marco, entonces, es que nos llega otro producto cordobés: El invierno de los raros, de Rodrigo Guerrero.
Por un lado, eso que contábamos recién: lo saludable de otro punto de vista, si se quiere más del interior, que abandone la mirada centralista/porteña con que el país siempre es contado en el cine nacional. Porque si algo tiene a favor El invierno de los raros es que no precisa explicar, primero, dónde está. Es y listo. Después, sí, tenemos otros problemas que tienen que ver con una narración algo maniatada y, también, con una tendencia a mirarse en otros espejos, y parte de eso se trasluce en la participación de actores como Luis Machín y Lautaro Delgado.
En el film de Guerrero varias historias se entrecruzan en un pueblo: el hombre solitario que sigue a una profesora de danza, la misma profesora que no encuentra el rumbo en su vida, una joven tímida e impulsiva noviando con un peón de campo y lidiando con su madre alcohólica, el peón y su vida algo abúlica en sus tareas campestres. Están las caras conocidas que mencionábamos antes y otras actrices cordobesas y desconocidas para el gran público, que son las que permiten que el film tenga algo de identidad: la interpretación de Paula Lussi es para destacar. Cuando decimos identidad, no hablamos de una cosa provinciana, marcada, sino de una idea de independencia, algo que las presencias de Machín y Delgado anulan porque también hay una especie de sustracción de lo local que se hace con sus personajes.
El invierno de los raros muestra desde lo narrativo a un director con un manejo de varios géneros y registros: si por un lado aborda la persecución sobre la profesora a la manera de un thriller, las tareas de campo son vistas con un sesgo casi documentalista y contemplativo, mientras que el vínculo entre la joven con problemas con su madre y otra muchacha solitaria que anda por allí adquiere los tiempos de cierto nuevo cine argentino, incluso por momentos con un aire casavetiano.
Pero el mayor problema del film es que precisamente todas estas películas que andan dando vueltas en su interior no logran hacer una sola película realmente interesante: El invierno de los raros tiene muchos de esos lugares comunes que hoy ya se le comienzan a notar a cierto cine independiente argentino, y este es un límite que pueden encontrar este tipo de propuestas que llegan desde el interior. Contar como algo nuevo una cosa que ya es vieja. De todos modos, sobre el final, Guerrero cruza a sus personajes en el clímax montado en una fiesta de club barrial: durante estos pasajes hay algo de vida, algo que se esfumó en los minutos anteriores y que, después de todo, deja algo de esperanza por el futuro.