Pablo y Mariana fueron pareja, pero ahora llevan vidas separadas. La película los sigue y descubre en su recorrido un universo hecho de pequeños trabajos, desgrabaciones, búsquedas de libros, encuentros amorosos ocasionales, cumpleaños, exámenes, paseos por la calle. El relato se (nos) entretiene deteniéndose en esos fragmentos cotidianeidad, demorándose con serenidad en el retrato de unos jóvenes adultos con vidas orbitan alrededor del cine, la literatura y la universidad. El primer largo de Nicolás Zukerfeld y Malena Solarz crece y se alimenta de la intimidad de sus personajes. Hay ecos distantes de la modernidad (local, con Rejtman; internacional, con Hong Sang-soo –pasando por Rohmer), pero la película busca una estética propia. El ojo microscópico de la narración descompone el formato tradicional de la comedia urbana hasta dar con una singular observación de costumbres. Si se sabe cómo buscarlo, el cine puede estar en todas partes: en la calle, en una fiesta o en el momento en que una chica se despierta a la mañana con frío y lo primero que hace es ir prender la estufa para calentar el departamento antes de desayunar.