Ganadora de dos premios en la reciente edición del Festival de San Sebastián, EL INVIERNO es un seco y austero drama con elementos de western que transcurre en una Patagonia profunda donde reina el silencio, la soledad y en la que la violencia está siempre a punto de explotar.
La Patagonia profunda. Inmensa, desierta, silenciosa. Impactante y, a la vez, desgastante, demolera, áspera. Es un universo que el cine argentino mostró más de una vez pero acaso nunca con tanto realismo. Sí, por momentos, en medio del duro trabajo de los esquiladores y de la gente solitaria que no tiene más compañía que una botella de alguna barata bebida alcohólica, se pueden apreciar imágenes que, en otro contexto, podrían adornar postales. Pero no en EL INVIERNO. Aquí son solo recordatorios que una imagen funciona cuando está en relación con su contexto. Y la belleza se torna esquiva en este mundo de trabajo y soledad, de sorda discriminación, de frío y silencio.
La opera prima de Emiliano Torres –quien llega a la dirección a los 44 años tras un largo recorrido como guionista y asistente de dirección– esboza dos historias que se cruzan en medio de ese desamparo patagónico. Se trata de una película seca y económica, que no regala subrayados ni explicaciones y apenas, solo apenas, agrega muy poca música aquí y allá, para complementar el vacío casi existencial de sus protagonistas.
Es la historia de la tensa relación entre dos capataces de una estancia. El primero, Evans (el actor chileno Alejandro Sieveking, EL CLUB), es un hombre curtido y veterano que hace años está haciendo ese trabajo. Y, por otro lado, está el joven trabajador correntino, Jara (Cristian Salguero, de LA PATOTA) que lo reemplaza en la tarea para sorpresa de ambos. El conflicto se da en el marco del paso por la estancia de sus nuevos dueños franceses (a quienes representa Pablo Cedrón) y en un clima en el cual los secretos, los silencios, las borracheras y las peleas internas entre los peones prevalecen. Adrián Fondari, como el encargado de los trabajadores del lugar, aporta otro grado de tensión: la del jefe/amigo que se impone sobre sus empleados a partir de generar y transmitir una falsa sensación de confianza.
Pero todos mienten un poco acá. Evans no se irá bien del lugar, visitará a su familia a la que nunca ve y no les dirá que ha sido echado del trabajo. Jara, por su parte, llevará a su esposa y a su hijo de visita para la Navidad pero los ocultará para poder ser efectivizado, dejando en claro que los patrones no quieren gente con familias a cargo. Y entre ambos hombres –se supone, ya que el lacónico guión, plagado por suerte de largos silencios, juega con el misterio de qué es lo que realmente está pasando– se librará una especie de sorda batalla en la que es claro que los culpables (o enemigos) son otros.
Con vistas de western que podrían considerarse “fordianas” (Ramiro Civita ganó la Concha de Plata en San Sebastián por su fotografía, la película se llevó un Gran Premio del Jurado) pero siempre utilizadas en función dramática y no pintoresca, el filme va generando una lenta pero creciente tensión con el paso de los minutos y la llegada del cruento invierno. Es esa serie de extraños sucesos en la estancia –que para esa época ya está sin trabajadores y cuidada solo por un cada vez más preocupado Jara– va llevando el relato a una zona dramática más clásica que su un tanto más contemplativa primera mitad. Y ese suspenso, que puede ser tanto psicológico como metafísico, se va volviendo cada vez más angustiante.
Por momentos, la película de Torres hace recordar a ciertos dramas con toques de thriller asiáticos o del Este de Europa, en los que el escenario inmenso se impone sobre las vidas de sus solitarios protagonistas hasta ir enloqueciéndolos de una u otra manera. Sin subrayado alguno, EL INVIERNO es finalmente una película que pone a dos hombres enfrentándose entre sí cuando en realidad es el poder económico y cierta idea de progreso la que los vuelve innecesarios enemigos. En el medio, el viento, el frío, la soledad y el silencio. Y la sensación de estar siendo testigos de un mundo que, lenta pero inexorablemente, va desapareciendo.