El invierno interior
La película El invierno (2016) acaba de ganar dos premios en el 64 San Sebastián que son claramente consecuentes con aquello que el film plantea. El primero es el premio del jurado ex aequo, y la película tiene el riesgo formal propio del cine de autor de ensayo aunque incorpore procedimientos del western. El segundo premio fue al director de fotografía, Ramiro Civita, encargado de iluminar ese gran personaje del film que no es ninguno de los dos protagonistas: el paisaje desolado de la Patagonia Argentina.
La historia plantea la circular rutina de los trabajadores rurales dedicados a esquilar ovejas. Un trabajo duro que forja el carácter de las personas que lo realizan en ese clima adverso del sur de la Argentina. En ese mundo se encuentra un viejo y solitario capataz (Alejandro Sieveking) adaptado a rutinas y hostilidades que un buen día es marginado de su cargo por su avanzada edad. El hombre no encuentra sentido a su vida fuera de ese universo. Es reemplazado por un joven peón (Cristian Salguero) que toma su puesto, y vemos poco a poco cómo su temperamento se pone a prueba hasta adquirir los rasgos del viejo patrón. Pero no estamos ante una película meramente descriptiva, porque como si se tratara de un western patagónico, las desgracias y miserias de cada uno los van aislando hasta dejarlos uno frente a otro en una batalla por la supervivencia envueltos en ese territorio que los transforma en seres salvajes.
En la ópera prima de Emiliano Torres (prolifero asistente de dirección) hay mucho cine sobrevolando las imágenes. El director sabe cómo articular su estructura narrativa para darnos un discurso acerca de la condición humana y, a la vez, utilizar recursos genéricos para tomar al western como medio expresivo ante un duelo por la supervivencia del más apto. Para captar la esencia del western hay que conocerla, poder despojarla de los lineamientos civilizatorios del cine clásico y enfrentarlos a la subversión anárquica del spaghuetti. En ese cruce surge lo autónomo, lo propiamente local del sur de la Patagonia. Con personajes que no hablan pero dicen con su rostro infinidad de cosas asociadas a la injusticia, el maltrato y la resistencia. La procesión por dentro provoca la implosión siempre latente contrastada con el paisaje inabarcable de dueños extranjeros ausentes, que dejan sus campos olvidados por Dios a merced de los lobos.
El invierno es una película inteligente, de las que construyen desde elementos mínimos y van incorporando densidad mediante capas de significado. En ellas se pueden hacer varias lecturas asociadas al hombre en su relación con el espacio y con el tiempo. Lo local se fusiona con lo universal de la propuesta, partiendo de una historia particular que trasciende el ámbito en el que se desarrolla. Si tenemos en cuenta que el cine es espacio y tiempo, podemos entender el manejo de Torres de ambos aspectos, dando una obra certera, que se percibe en las entrañas de su existencialismo pero con la parquedad de los hombres secos, áridos y hostiles, como el mismo paisaje que los contiene.