Con una larga experiencia como asistente de dirección, Emiliano Torres filmó su primera película en una aislada estancia patagónica, un lugar de contrastes. Durante el esquile de las ovejas, los trabajadores temporales, hombres necesitados, fuertes y curtidos, comparten el espacio del galpón despojado. En el invierno duro, la soledad impera. Y después está la inmensa nada del paisaje, que pesa tanto por su belleza como por su vacío y hostilidad.
La de El Invierno, premiada en San Sebastián, es una historia mínima: el veterano capataz (el actor chileno Alejandro Sieveking) que cuida la estancia todo el año es reemplazado por un correntino joven (el misionero Cristian Salguero, al que vimos en La Patota, espléndido aquí). A la vez, la estancia cambia de manos y los nuevos dueños parecen tener nuevas ideas sobre su explotación.
Torres se dedica a presentar a sus personajes en su áspero contexto para luego ir sumando información que genera un cambio de tono, un viraje hacia el suspenso, un acercamiento al clima del western que se da de manera natural: son dos hombres absurdamente enfrentados y solos, en un ambiente hostil, con la inmensidad seca, blanca y helada u oscura y amenazante, como universo.